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11.-CA.RACTER.E
S DE LOS HOMBRES QUE
EN LA
DE~IOCRACIA
EJERCEN EL PO·
DEH. PUBLICO.
El Est ano democrá tico, monárquico o republicano, como
cua lq ui er o tr a f.>rma de g::>bi erno, d ebe .e t a r in ve, tido con
el
pode r de mand a r co n aut ond d verd a dera y efectiva. El or–
den mi 'l mO
a b'ln lu~o
de
l o~
eres
y
de lo
fines, que presenta
al homb re comu person a aut ó n ma , es decir, como sujeto de
deberes
y
de derechns invio la bl e. , raíz
y
término de su vi rl a
s oci a l,
Rb rn za
igu a lmente al Es t a d o como s odedau necesaria,
re ves tid ~
de la aut o rid a d, !'in la cual no podría ni existir ni
v1v1r. P .i rque si lo s hombre . \•aliendo e de su libertad per.
sonal, negasen toda dependencia de una autoridad suoerior
provista del derecho de coacción, pqr el mistno hecho socava–
rían el fundamento de s u propia dignidad
y
libertad o, lo que
es lo mismo, aquel ord n absoluto rle los seres
y
de los fines.
Establecidos sobre base comun la persona, el E"ltado
V
el
po'der público con su!' respectivos cterechos, están tan unÍdos
o c9nexos que o se sostienen o se dest ruyen juntamente.
Y puesto que aquel orden
ab~nluto,
a la luz de la sana ra.
zón
y
especialme nte a la luz de la fe cristiana, no puerie tener
otro
ori~en
que un Dio s personal, Creador nuestro, se sigue
que la dignid a d del hombre es la dignid a d de la
ima~en
de
Dios , la dignidad del
E
·tado es l a di g nidad de a comunidad
moral que Dios ha querido
y
la di CY ni art de la aut )ridad po–
lítica es la dignidad de su participación de la autoridad de
Dios.
,
Ninguna forma de Estado puede dejar de t ener cuenta de
esta conexifin íntima e indisoluble, y mucho menos la demo–
cracia.
Por consiguiente, si quien ejercita el poder p6blico
no ve o más o menos la descuida, remueve en sus mi mas ba–
ses su propi a a utoridad .
I gua lmente, si no da la debida im–
portancil'l a esta relación y no ve en su cargo la misión de ac–
tuar el orden establecido por Dios, seguirá el peligro de que el
egoísmo del dominio o de los intereses prevalezca sobre las
exigencias esenciales de la moral política y
social, y de que
las vanas aparie nci as de una democracia de pura fórmula sir–
nw
no µocas veces para enmascarar lo que es, en realidad,
lo menos democrático.
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,
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(Continúa).
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