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dad. Son otros t antos testigos mudos que denun cian esta
mancha en la hist oria de la Humanidad, que, vol untar iamen–
te ciega a nte }a claridad de Aque l que e:; esplendo r
y
luz del
Padre, volunta ri ame nte al ejada de Jes ucr ino, ha descend id o
y ha caído en la ruina y en la abqica ción de su pro pia digni–
dad. Hasta la pequeña lámpara se ha a.paga do en muchos
magestuosos templ os, en muchas modestas capillas, dond e,
junto al Sagrario, ha bía sido compañer a en. la s vigi lias del
Huésped di vino, mientras que el mund(' dormía . ¡Qué des o–
laci ón! ¡Qué contraste! ¿No h a b ría, pues, esperanza para
la Humanidad?
Aurora de esperanza.
¡Bendito sea el Señor! Un a aurora de es peran za se eleva
de }us lúgubres gemi dos del dolor, del seno mismo de }a ao.
gustia desgarrad ora de los individuos y de los puebl os opri–
midos. Una idea , una vol un ta d cad a día más clara
y
firme
surge en una fala nge cada vez may or, de nobles espí ritus: ha–
cer de
~sta
guerra .mundi a l, de este uni versal desbarajust e, el
punto de pa rtida de una éra nueva par a la r enovación pro–
funda, la reorganización total del mundo De est a ma nera,
mientras sip-uen afan á ndose los ejércitos en lucha s homicidas,
con medios de combate cada día más crue·les, los hombres de
gobierno, rel!lresenta ntes respon sables de las na ciones, se r eú–
nen en coloquios
y
en conferencias para determinar los Jere–
chos y los deberes fund amentÁles sobre los que se debería n
reedificljlr una unión de Estatutus, para traza r e} camino ha–
cia
u·n
porvenir mejor, más seguro, más digno de la Humani-
dad. .
·
¡Extraña antítesis la coincidencia de una guerra cuya ru –
deza tiende a llegar al paroxismo con el notable progreso de
las aspiraciones y de los prop6sitos hacia el acuerdo para
una paz sólida y durad era! Sin duda ninguna que se pod rá
disentir el v.alor, Ja posibilidad de apli::aci ón, la eficacia de
una o de otra propuesta ; bien podría quedar en su spen so el
juicio sobre ellas; pero siempre será verdad que el movimietl–
to avanza.
El problttma de la democracia.
Además-y es tal vez el
pu ~to
má s importante-, los pue–
blos, al siniestro i;espla ndor de la guerra que les r oclea, en
medio del ardoroso fuego de los hornos que les apri sionan , se
han como despertado de un prolongado letargo. Ante el Es–
tado, ante" los gobernantes, han adoptado una actitud nueva,
. interrogath:a •. crí.tica, desconfi ada. Adoctrinados por una
amarga experiencia se oponen con mayor ímpetu
a
los mono·
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