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antérÍOr, coménzaron alegrar la
concurreacia,
dando
gritos de
alegría.
T
ahuantinsuyu celebraba
a–
hora lntip Raimi <:on todo amor
i devoción .. .. . •
El día
se fue
aburrienáo
del polvo
í
del calor,
í
al
fin
ilegó la hora
de! banquete ex–
traordinario ... , . .
Grupos de nob1es éc:>menza–
r0n afluir al palacio del Monar–
ca, repletándolo
con su presen–
cia i su alegría.
Ápu Kúntur
se
encontró
con Huaina Ollántai
al
traspo–
ner
la
puerta de la imperial man-
sión.
.
-Uirakocha
huakaichasunkí,
Inka,- le dijo.- La T arde va ale–
grándose
í
pre~ agia.ndo
dulce
(iesta.
-KarrtpÍs
kínallacta-
huau–
kei- diío Huaina Ollántaí.-
1
oj a ·
l;i qüe
Púnchai
111
iserícordiosc::t
nos eonceda
la alegrÍa
í
la
paz
del córaz6n.
r
se fue'rort
adentrando al
primer pati-o, donde el Runa Si–
mi erá la cadencia de Unil ban–
dada de chekollos
cantando e–
namorado~
en las ramas de lc::ts
molles florecidos.
f.ran los nobles
í
las ñus–
tas que
convenaban · en dulce
t~lgatahta.
Todos os•entaban
los más
ricos i primorosos
vestidos, te–
jidos por las aklias,- las vÍrgenes
del Sol,-
i obr.equiados
por el
Emperador.
-.Por Uirakocha,-
dijo lnka
Pullkanca a Suniyaska :- el pala–
cio de Sapan lnka se ha trasfor–
madG en , \In íarJ:rt ,
-Ha
floreddo
en
pallas.
ñustas
i
aklla.s, -
agregó Sunv
y
as.ka..
-¡
Káhuac [nti
!,-
exclamó de
nuevo Pullkanca,
a:l vedo llegar
con Súmac
Urpi :-
te acompaña
la dicha.
-No me burles,
hermano,–
dijo Sútrtac Urpi, riendo.
l pasó entre las palmotea–
das de un grupo de nobles
que
celebraba
con maliciosa
ale–
gría a la bella pareja.
Huáskar i Atau Hu;.]pa
se
encontraron
al
cruzar
el
primer
patio, i se saludaron con cariño.
Allf
dejó cada cu, l su comitiva.
-Feliz enr;uentro, hermano,–
dijo Huáskar.
-Que Uirakocha
haga afe–
grar
tu
corazón como
un rayo
de Sol,- dijo Atau Hualpa.
I
se fueron
adentrando en
fa Íntímídad
qel
palacio
de su
padre.
A
fa
mera del Monarca
só~
lo eran admitidos sus hermanos,
sus hijos i parientes más cerca–
nos, í entre ellos los Amautas í
aftoDCapitanes
de
su m.perial
Consejo.
En aqueT día el palacio res–
plandecía como nunca. Las
píe~
les más mullidas cubrían el em–
balc~osado
de plata
i
sobre
e–
llas ['e habían esparcido corolas
de vis,toras flores.
Cómodos asientos de oro
í
plata, cubiertos de ricas pieles
i
telas extraordinarias
por su fi–
nura, sus dibujos i colores, espe–
raban frente
a extrañas mesas
cubiertas de finíS-imos
manteles
de algodón blancos como la nie–
ve, los cuales estaban con olo!o·