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CAPITULO X

Habían pasado los meses, i

Huaina Kápat, se

acercaba a

Tumipampa.

Como una bandada de aves

blancas, avanzaban,

en primer

término, los

engreídos mucha–

chos escoj_idos entre los más be–

llos, para limpiar de toda man–

cha el camino

por donde iba a

pasar el divino Hij9 del Sol.

Llevaban la cabeza cubier·

ta con

e{ .

clhuku o gorro, encen–

dido de azul; i su t.única blanca

de finísima alpaka, estaba reca–

mada de argentería .

Seguía la música de la gue- ·

rra, formando un verdadero es–

cuadrón:.

~uego

la guardia impe–

rial. con sus túnicas azules ador–

nadas de bellísimos dibujos; el

bri1lante ercuadrón

de los no–

bles,

p~rtando

la enseña glorio–

sa de T ahuantinsuyu i las armas

del Emperador,

a cuyos costa–

dos acompañábanles nobles con

grandes plumeros de colores. brí–

l.lantes. ·

Treinta hombres de Hatun–

rukana, llevaban

aquel

día el

anda, que brillaba como nunca,

bajo el espléndido Sal.

Nadie

podía

ver

al lnka en

e8e mo–

mento; pues Huaina Kápac ·ha–

bía hecho cerrar el doEd, i pa–

recía haberse dormido . ....

..

Larga caravana de akllas i

oustas, presididas

por · ·

Rahua

Okl'lo,

eR

magníficas-

. an'das .de·

plata,

·seguía de

.inmediata al

Monarca, así como sus concubi–

mis, entre

las que

descollaba

Tika Koillur,

como una de las

flores más hermosas de Tahuan·

tinsuyu.

Seguíales

~

suave músiea

de la alegría.

Detrás iban sus hermanos i

demás nobles

de

su imperial

Consejo, seguidos de innúmeros

yanakunas, que portaban en lla–

mas i en sus espaldas, todos los

menes.teres

indispensables. para

el viaje, el regalo

i

la comodidad

de la imperial caravana.

Cerraba la comitiva el for- –

midable · ejército de Sapart lñka,

del cual varios escuadrones for–

maban nutridas filas a úno i

O•

tro ladó · del

a!loleado .camino ;

tropas escojidas

entre los más

bravos, compuestas· de los no–

bles por

privilegio,

que goza.;

ban del al'tísimo honor .de escol–

tar al glorioso Hijo del Sol .

La Tarde

iba

curvando;

cuando la multitud

apiñada en

ias afueras

de T umipampa, dió

el saludo de bienvenida al Em–

perador.

Fue un

grito, un

alarido