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mi hermano vive muriendo en–
cerrado en la fortaleza de la Is–
la Puná hace Ya muchos años.
Sé que está
arrepentido, i por
eUo vengo a
implorarte el per-
dón ....... .
1 cayó a sus pies soJffbzan-
do.
El · lnka
la contempló por
breves istantes, i luego exclamó,
poniendo
su mano derecha so–
bre el hombro
izquierdo de la
princesa.
-Levántate, hija: cumplirse
na lo que pides.
Las otras mujeres no osa–
ban casi mirar
a su Soberano;
p ero ambas lloraban.
Luego la que
era anciana,
así dijo temblando:
-Huachacúyac, misericordio–
so Hijo del Sol: es mui
dulce
morir después
. de haber visto
1
u rostro divino; i a d pienso que
tu justicia es la justicia de Dios;
por eso ya casi nada quiero im·
plorar; mas me trae d amor de
mi único hijo, condenado a
las
fieras, por quien te
imploro de
hinojos 1e concedas la vida para
que tenga tiempo para glorificar
tu nombre.
1 cayó de hinojos, llorando.
Sapan lnka guardó
s~lencio;
pero al fin, golpeándole
eil
hom–
bro, en señal de otorgarle el ta–
VtPr que pedía, le dijo:
-Mamánchic: hágase lo que
mandas, i que mi· Padre el Sol
sea glorificado
por el
perdón
que me ordena otorgarte. Glo–
rificadle, porque su misericordia
abriga i alumbra
a buenos
i
a
malos, sin distinción.
La much \cha que era hija
de la anciana,
lloraba su agra–
decimiento, sin atreverse a pro–
ferir palabra, por más que ésta
bul iía en su boca .
Luego el Monarca llamó a
su privado, diciéndole:
-Apu Huaman: que se cum–
pla mi voluntad: darás libertad
a los dos hombres.
Apu Huaman
se
inclinó
reverente.
1 a una
1:eñal
del
Monarca, salió
seguido por las
mujeres que
profundamente in–
clinadas, tardaron en
volver a
la realidad de haber
estado en
presencia del Hijo del Sol, i de
haber escuchado un perdón que
jamás lo soñaron.
La T a'rde se iba muriendo
con la agonía del Sol, en un cre–
pÚLICulo
trágicamente sangriento,
que comunicaba su resplandor a
los· cerros i
d
la ciudad, la ·cual
parecía envuelta
en las llamas
de un
volcán
contemplado en
noche siniestra .
A
e~ a
hora también el chas–
ki, con la
velocidad de Liviac,–
( el relámpago),
atravesaba la
hermosa ciudad.
La túnica ligera
pega~a
al
cuerpo por el viento de la velo–
cidad formidabl e,
los cabellos
sujetos por el llautu que le daba
singular
hermosura ,
el chaski
'()arecía volar a ras de la tierra:
tal era su ligereza extrahumana.
El Punku Kamáyoc se apre–
suró hacer descorrer la cortina,
i el chaski ganó la puerta, tras–
poniéndola con la velocidad de
un taruka.
Un aklla
Emperador le
a
la sala del
de!
servicio del
abrió
la entrada
Consejo .