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-66-

mi hermano vive muriendo en–

cerrado en la fortaleza de la Is–

la Puná hace Ya muchos años.

Sé que está

arrepentido, i por

eUo vengo a

implorarte el per-

dón ....... .

1 cayó a sus pies soJffbzan-

do.

El · lnka

la contempló por

breves istantes, i luego exclamó,

poniendo

su mano derecha so–

bre el hombro

izquierdo de la

princesa.

-Levántate, hija: cumplirse

na lo que pides.

Las otras mujeres no osa–

ban casi mirar

a su Soberano;

p ero ambas lloraban.

Luego la que

era anciana,

así dijo temblando:

-Huachacúyac, misericordio–

so Hijo del Sol: es mui

dulce

morir después

. de haber visto

1

u rostro divino; i a d pienso que

tu justicia es la justicia de Dios;

por eso ya casi nada quiero im·

plorar; mas me trae d amor de

mi único hijo, condenado a

las

fieras, por quien te

imploro de

hinojos 1e concedas la vida para

que tenga tiempo para glorificar

tu nombre.

1 cayó de hinojos, llorando.

Sapan lnka guardó

s~lencio;

pero al fin, golpeándole

eil

hom–

bro, en señal de otorgarle el ta–

VtPr que pedía, le dijo:

-Mamánchic: hágase lo que

mandas, i que mi· Padre el Sol

sea glorificado

por el

perdón

que me ordena otorgarte. Glo–

rificadle, porque su misericordia

abriga i alumbra

a buenos

i

a

malos, sin distinción.

La much \cha que era hija

de la anciana,

lloraba su agra–

decimiento, sin atreverse a pro–

ferir palabra, por más que ésta

bul iía en su boca .

Luego el Monarca llamó a

su privado, diciéndole:

-Apu Huaman: que se cum–

pla mi voluntad: darás libertad

a los dos hombres.

Apu Huaman

se

inclinó

reverente.

1 a una

1:eñal

del

Monarca, salió

seguido por las

mujeres que

profundamente in–

clinadas, tardaron en

volver a

la realidad de haber

estado en

presencia del Hijo del Sol, i de

haber escuchado un perdón que

jamás lo soñaron.

La T a'rde se iba muriendo

con la agonía del Sol, en un cre–

pÚLICulo

trágicamente sangriento,

que comunicaba su resplandor a

los· cerros i

d

la ciudad, la ·cual

parecía envuelta

en las llamas

de un

volcán

contemplado en

noche siniestra .

A

e~ a

hora también el chas–

ki, con la

velocidad de Liviac,–

( el relámpago),

atravesaba la

hermosa ciudad.

La túnica ligera

pega~a

al

cuerpo por el viento de la velo–

cidad formidabl e,

los cabellos

sujetos por el llautu que le daba

singular

hermosura ,

el chaski

'()arecía volar a ras de la tierra:

tal era su ligereza extrahumana.

El Punku Kamáyoc se apre–

suró hacer descorrer la cortina,

i el chaski ganó la puerta, tras–

poniéndola con la velocidad de

un taruka.

Un aklla

Emperador le

a

la sala del

de!

servicio del

abrió

la entrada

Consejo .