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' 11-
aspirando
tu aliento, tan grato
como el perfume
de la éhihua
florecida! .....
La
princesa
rebosaba de
felicidad. Su [eno palpitaba lle–
'no de vida,
como un cervatillo
que
acabara de nacer.
Con esa
duda reincidente
de los que temen no ser amados
en la medida de su amor sin me–
dida, preguntó emocionada:
-Manku:
¿pero
es cierto
que me amas?
-Már que a mi misma vida.
Te veo en sueños,
cual si estu–
viera despierto; i durante el día,
a toda hora, se presenta tu ima·
gen, i me enseña a ser bueno
i
a ter 'numano ...... Kori Okilo:
tu amor'
~:ige
las acciones de mi
vida; me eres indispensable co–
mo In ti a la Mama Pacha; co–
mo el aroma a1 Kantut.
-Manku: i es tuyo mi cora–
zón.
Te juro por In
ti,
seguirte
como el huanaku
a su madre;
como nos [igue la sombra en la
Tarde apacible, cuando canta el
cheko.llo endechas de amor.
El príncipe la cojió de las
manos, i se deleitó en sus ojos,
sonriente i feliz.
_ -Kori: me ha •lhegado la di–
cha, como llega e•l zanku para el
peregnno, en
la fiesta de lnti
Raimi.
En ese istante la yanakuna
de Amankai,
madre
de Kori
Okllo, venía anunciada que ha–
bía pedido permiso
al Empera-
. dor para
retirarse,
porque se
sentía enferma.
La princesa
[e levantó, e–
bria de colmada ventura.
-Manku: nos
veremos ma-
ñana.
-Sí,_
urpichái
(palomit'a
mía) ....
'
Kori Okllo desapareció al-
borozada como una uikuña, co–
mo un meteoro
que dejara un
reguero de Iuz ..... .
Manku abandonó la sala de
la fiesta acosado
de una pena
de enamorado.
Su corazón em–
pequeñecido quP.rÍa más aire.
· Ya afuera, se cruzó de bra–
zos. - La Luna
había llegad
0
a
la cintura de} cielo, i envolvía a
la Tierra con un
fu~gor
extraño.
Levantó los ojos de repente
como quien despierta de un so–
por; i como movido por invi–
sibles hilos, llevó
sus ojos a la
Luna.
Rara emoción
jamás senti–
da, re ·apoderó de Manku.
Por un momento creyó que
el
corazón
iba a escapársele, i
a
incrustars•e
en la Luna, a la
par que
su mirada; pues lleno
de superticioso temor i con ex–
traordinario
asombro,
vió que
Mama KiHa
estaba
pns10nera
entre tres
·drculos: el priméro,
rojo sangre; el segúndo, negro,
de un negro
verdoso i trágico;
i eT t¡ercéro era un círculo de hu-
m o.
-Ma~a
KÜlá !-gritó anona-
dado.-¿ Estás enferma? ....
Per
0
luego agregó:
-Yo debo estar enfermo .
1 sujetó
[>US
sienes con sus
manos, porque creyó que iban a
estaHar.
Quiso luego anunciar a sus
parientes; a todos los lnka9; pe–
ro al volver
la cara,
antes de
J?erderse
en la
penumbra del
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