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reJ.ipe
i de sus compañeros, era
sm1e¡;tra.
1
en vez de mirar al
norte, como
los
españoles, hasta
cegar, contemplaban con la ansie–
dad i la fiebre del perro enfer–
mo, la costa azul de su adorada
tierra i las enhiestas cumbres de
.las cordilleras
que
se
perdían,
detrás i paralelamente a la costa
lejana, en cadena sombría e 'in–
terminable.
Enmedio de semejante de–
!:clación i desamparo, que en o–
tros pechos convida a la frater–
nidad, aún con
los pájaros del
bosque i con las piedras del ca–
mino, sinembargo aqueHos espa–
ñoles, que
tan ~ o~
gustan de hacer
aparecer
como cruzados
de la
Religión Cristiana, rio considera–
ban a 1Jos "indior: ' como herma–
nos: pero ni s:quiera se tomaban
la moler.tia de reparar en su exis–
tencia.
La
Hi~ ~~oria
ni por
gracia
'los menciona
en esta parte: el
heroísmo de la
gleba, no es el
heroísmo: es simplemente un cri-
men.
1
Salta ad
el
contraste: aque–
Mos héroes de la Isla del Gallo,
tan Henos
de fervor
religioso,
por lo que atañía a su persona
predicaban una religión de amor,
pero solamente de amor a la ri–
auerz;a i a la gloria. Fuera de e–
~los,
el , resto de los hombres de
este continente, eran menos que
animales, inclignor. de los Cielos
que ellos
solos eran
dignos de
pisar.
Tal era la crueldad i la ava–
ricia de
1
os conauis!:adores .....
1
así los pobres tahuantinsu–
yus, que !habían hecho la mayor
parte del
trabajo en
la
balsa
que los había trasportado, i que
~es
sostenían con el raro ejemplo
de su energía · i su costancia en
el dolor, V1v1an a su
lado, sin
qqe los echaran
de menos sino
únicamente para los trabajos. E–
ran raros animales incansables.
Enflaquecidos
i casi muer–
tos, los españole,,
tenían ener·
gías, sinembargo,
para fustigar–
los!
· -Sin
Uos
ir.d.ostraidores i a–
levosos',
todo
sería nuettro; i
nuestros sufrimienton habrían ter–
minado,- decían contemplándolos
con desprecio i rabia.
No querían
entender
que
los indios
desgraciados
habían
creado
la riqueza
i sacado el
malhadado
oro de las entrañas
de
la
Tierra, por el cual Jos es–
quilmaban.
Trascurrieron
r.iete
meses
desde la partida
de Tafur. Era
el último día
del último mes a·
quel.
La esperanza había muerto
ya en
!¡US
pechos,
i toda nu de–
sesperación habíase
tornado · en
la más acre
de
la~.
desecpcran-
zas.
Estaban ya
desnudos:
l.oscontinuos aguaceros
habían po–
ch·ido su¡: vestidos;
i
eJ
cabello
demasiado
grande,
aumentaba
su a!>pecto
de desolación
de
mtsena.
Hacía rato
que Pizarra se–
guía .con
la
vista un punto negro
que parecía
mover.seen ..\ con–
fín del horizonte. Pero infinidad
de veces
se había
ad engaña–
do l . . . .
Era imposible que en