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~

177-

trar pns1oneros 9os rayos

cósmi~

cos, al hombre .. .. . .

Al

mediar

la

tarde de un

día por den:ás alegre, alegó

Pi~

zarro con los suyos a la Isla que

llamaron la Gorgona.

Más pequeña

qu~

la

delGa~ .

llo, que acababan de dejar, era

más bt-J!a cuanto más aita sobre

el nivei

del

mar.

Al

explorarla,

se

encontra~

ron con agradables bosques, don–

de habitaban una especie de

fai~

·sán i

d

cuy salvaje,

que procu–

raban abundante

caza para sus

ballesta.s.

r

re~cos

manan! ia:les forma .

ban c.ristalinos i

mu~murantes

a–

rroyos, que refreocaban el aire i

convidaban ap.lacar la sed.

La estadía

en

aquella

pe~

queña

bl.a

les fue agradable

en

!os primeros días;

pero pronto

volvieron las torrenciales lluvias,

propias

de los

trópicos,

i

con

ellas

el

hambJe..

la miseria

i

la

peste.

Pasaron los días

i

los meses,

sin que

volvieran los

amigos,

que sin duda no v o

1

v e r í a n

más ... . . .

Al igual que en aa Isla del

Gallo su ocupación diaria era re–

za¡ por

las mañanas

i por la!!

t'irdes,

i

escrutar anuioDamente el

horizonte.

Centenares de veces creye–

ron distinrruir

el!

buque r-alvad0.. ·

i otras

tantas veces,

llenos de

desesperanza,

se

convencieron

que no había sido sino una m-et"a

ilusión.

Sin duda Diol'l quería

burlarse así de sus pobres

criatu~

ras.

Algunas nocbeE creyeron oír

las voces

de

Sl:I.S

compañeros.

Dejaron la tibieza

i

e!l

descanso

de

Ja miserable cama, i salieron

en dirección

de aqueUas voces ;

pero ¡nada ! ....

Sólo

el

viento nocturno

fla–

gelaba

su rostro,

i continuaba

murmurando a su oído palabras

ininte.legibles.

-Ha sido una illusión. Quizá

t::'l.

castigo

de Dios

a nuestras

c.u,lpac

i a nuestro deseo desme–

d ido de riquezas,- se les oyó de-

CIT.

Medio año de roledad i de

aband~no.

. . . Los hombres pa–

recían próximos a la locura ....

El hambre

los

había

des–

carnado hasta volverlos

esqueJe~

tos! Aquellas sombras eran los

esq1:1eletos de Pízarro

i

su.~

valien–

tes compatriotas!

Pero hasta

ese dFa

no

~e

habían querido

comvencer

que

habían otros Sléres

que compar–

tían

en silencio sus

hambres

i

desgracias:

eran Martín

F

e'iipe,

Runa Huailla

i

sus compañeros

de infortunio, que, sin pesar en

e]

ambiente, participaban de los

manjares de aqtiella mesa de la

Desgracia

i

;La

Miseria.

1

mientras de la

me~a

pau–

oérrima i miserable de !lo--

espa–

ñoles, apenas caían las

piltraf~,

l.o~.

huesos

de la escasa

caza,

i

~os

marlos del maíz, en la mesa

de la Desgracia,

ellos eran los

priméros.

Aquetllos der:;venturados "in–

dios", eran cuatro esqueletos de

perros enflaquecidos i devorados

por el Hambre.

Si era terrible

la desgracia

de los españoles,

~"- ~e

Martín