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trar pns1oneros 9os rayos
cósmi~
cos, al hombre .. .. . .
Al
mediar
la
tarde de un
día por den:ás alegre, alegó
Pi~
zarro con los suyos a la Isla que
llamaron la Gorgona.
Más pequeña
qu~
la
delGa~ .
llo, que acababan de dejar, era
más bt-J!a cuanto más aita sobre
el nivei
del
mar.
Al
explorarla,
se
encontra~
ron con agradables bosques, don–
de habitaban una especie de
fai~
·sán i
d
cuy salvaje,
que procu–
raban abundante
caza para sus
ballesta.s.
r
re~cos
manan! ia:les forma .
ban c.ristalinos i
mu~murantes
a–
rroyos, que refreocaban el aire i
convidaban ap.lacar la sed.
La estadía
en
aquella
pe~
queña
bl.a
les fue agradable
en
!os primeros días;
pero pronto
volvieron las torrenciales lluvias,
propias
de los
trópicos,
i
con
ellas
el
hambJe..
la miseria
i
la
peste.
Pasaron los días
i
los meses,
sin que
volvieran los
amigos,
que sin duda no v o
1
v e r í a n
más ... . . .
Al igual que en aa Isla del
Gallo su ocupación diaria era re–
za¡ por
las mañanas
i por la!!
t'irdes,
i
escrutar anuioDamente el
horizonte.
Centenares de veces creye–
ron distinrruir
el!
buque r-alvad0.. ·
i otras
tantas veces,
llenos de
desesperanza,
se
convencieron
que no había sido sino una m-et"a
ilusión.
Sin duda Diol'l quería
burlarse así de sus pobres
criatu~
ras.
Algunas nocbeE creyeron oír
las voces
de
Sl:I.S
compañeros.
Dejaron la tibieza
i
e!l
descanso
de
Ja miserable cama, i salieron
en dirección
de aqueUas voces ;
pero ¡nada ! ....
Sólo
el
viento nocturno
fla–
gelaba
su rostro,
i continuaba
murmurando a su oído palabras
ininte.legibles.
-Ha sido una illusión. Quizá
t::'l.
castigo
de Dios
a nuestras
c.u,lpac
i a nuestro deseo desme–
d ido de riquezas,- se les oyó de-
CIT.
Medio año de roledad i de
aband~no.
. . . Los hombres pa–
recían próximos a la locura ....
El hambre
los
había
des–
carnado hasta volverlos
esqueJe~
tos! Aquellas sombras eran los
esq1:1eletos de Pízarro
i
su.~
valien–
tes compatriotas!
Pero hasta
ese dFa
no
~e
habían querido
comvencer
que
habían otros Sléres
que compar–
tían
en silencio sus
hambres
i
desgracias:
eran Martín
F
e'iipe,
Runa Huailla
i
sus compañeros
de infortunio, que, sin pesar en
e]
ambiente, participaban de los
manjares de aqtiella mesa de la
Desgracia
i
;La
Miseria.
1
mientras de la
me~a
pau–
oérrima i miserable de !lo--
espa–
ñoles, apenas caían las
piltraf~,
l.o~.
huesos
de la escasa
caza,
i
~os
marlos del maíz, en la mesa
de la Desgracia,
ellos eran los
priméros.
Aquetllos der:;venturados "in–
dios", eran cuatro esqueletos de
perros enflaquecidos i devorados
por el Hambre.
Si era terrible
la desgracia
de los españoles,
~"- ~e
Martín