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lo de haber tocado el amor pro·
pio de los· soldado9, propuso lo
que parecía ser su única táctica:
él
volvería
a
Panamá
con unos
cuantos hombres,
i traería toda
la gente necesaria
para 'la con·
quista del riquísimo
País; pues
no era asunto de meras suposi·
ciones, sino de
franca rea\idad,
de la que nadie rería tan
~erra·
do para dudar.
~Su
señoría me aguardará
con todos lo€ soldados,·
dijo a
Pizar.ro;~
que yo,
juro a Dios,
no he de tardar en volver.
-Es
mui
loable,·
conte:;'Ó
el Capitán,· volver:te ·a Panamá,
donde hai tranquilidad
i abun–
dancia. Además, es tan
du1ce
¡.;asarse
los días recorriendo los
mares sin riesgo ninguno; pero
es distinto quedarse aquÍ, como
yo me quedo, rodeado de ham–
bres,
de pestes
i de
miseri~s.
:~cechado
a cada paso
por la
De!lgracia i la Muerte!
Almagro replicó enérgico:
·Si su señoría rehusa el ho–
nor de quedarse, yo he de que–
darme al ftente de los valientes
<¡ue
~e
avergüencen de volver a
Pánatná, cargados de \a infamia,
cle la cobardía i la derrota.
•f.!
infame
eres vos!; que
rne tomáis
por un cobarde, sin
acordaros las privaciones que yo
he sufrido. Pero acercáos; yo os
probaré la potencia de mi bra·
zo i
el
esfuerzo de mi corazón.
l ambos echaron mano de
las espadas.
-¡
T enéos !,
buenos
crit:-,tia–
nos ;- exclamó Nicolás d.e Rive–
ra, Tesorero de la
expedición~es desdorm:o para dos Capitanes
tan di,.c¡tinguído!l
como
vogotros,
echar m a n o
de
'las espadas,
cuando más
es urgente vuestra
amistad.
1 Bartolomé Ru¡z' agregó:
-Caballeros: váis a echar a
perder nuestra empresa, cuando
precisamente la fortuna nos co•
mienza a sonreír. Dejad, pue3,
las espadas, i pensad que esta·
mos a las puertas de la riqueza
que
con
tantas
penurias hemos
hu~.cado.
El oro era la
bandera de
combate; la palabra mag,ca que
Íevantaba
a los conquis:.adore.;
'hasta el heroísmo, i los bajaba
hasta la crue: dad i ei crímen.
Tal como
d
mar enfureci–
do •vuelve
a la calma
cuando
cera la tempestad, así se calma–
ron los dos socios
al escucha1·
las mesurada::
palabras
de los
dos compañeros, que les hacían
vislumbrar las glorias
del oro i
de
la~
riqueza(•
fantá~tKas
del
maravilloso Pirú.
I terminaron por estrechat–
se en un abrazo de reconcrlia·
ción. Martín Felipe i sus compa–
t¡eros contemplaban entrir:tec:do
>
la extraña escena.
Tristes
e.~· aban
de:de qu '!
vieron
la
mat.anza inmotivada de
sun compatriotas.
El Consejo de guerra termí–
nó, acordándo!:e poner en prácti–
ca el p!an de Almagro.
En se–
guida se encomendó a Ruiz l:e–
vase los
barco~
a un lugar segu·
to donde pudiesen quedarse Pi–
zarro
i
su gente.
Pero la costa poblada pre–
.:entaba un aspecto a.menazador.