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;

· 160·

lo de haber tocado el amor pro·

pio de los· soldado9, propuso lo

que parecía ser su única táctica:

él

volvería

a

Panamá

con unos

cuantos hombres,

i traería toda

la gente necesaria

para 'la con·

quista del riquísimo

País; pues

no era asunto de meras suposi·

ciones, sino de

franca rea\idad,

de la que nadie rería tan

~erra·

do para dudar.

~Su

señoría me aguardará

con todos lo€ soldados,·

dijo a

Pizar.ro

;~

que yo,

juro a Dios,

no he de tardar en volver.

-Es

mui

loable,·

conte:;'Ó

el Capitán,· volver:te ·a Panamá,

donde hai tranquilidad

i abun–

dancia. Además, es tan

du1ce

¡.;asarse

los días recorriendo los

mares sin riesgo ninguno; pero

es distinto quedarse aquÍ, como

yo me quedo, rodeado de ham–

bres,

de pestes

i de

miseri~s.

:~cechado

a cada paso

por la

De!lgracia i la Muerte!

Almagro replicó enérgico:

·Si su señoría rehusa el ho–

nor de quedarse, yo he de que–

darme al ftente de los valientes

<¡ue

~e

avergüencen de volver a

Pánatná, cargados de \a infamia,

cle la cobardía i la derrota.

•f.!

infame

eres vos!; que

rne tomáis

por un cobarde, sin

acordaros las privaciones que yo

he sufrido. Pero acercáos; yo os

probaré la potencia de mi bra·

zo i

el

esfuerzo de mi corazón.

l ambos echaron mano de

las espadas.

T enéos !,

buenos

crit:-,tia–

nos ;- exclamó Nicolás d.e Rive–

ra, Tesorero de la

expedición~es desdorm:o para dos Capitanes

tan di,.c¡tinguído!l

como

vogotros,

echar m a n o

de

'las espadas,

cuando más

es urgente vuestra

amistad.

1 Bartolomé Ru¡z' agregó:

-Caballeros: váis a echar a

perder nuestra empresa, cuando

precisamente la fortuna nos co•

mienza a sonreír. Dejad, pue3,

las espadas, i pensad que esta·

mos a las puertas de la riqueza

que

con

tantas

penurias hemos

hu~.cado.

El oro era la

bandera de

combate; la palabra mag,ca que

Íevantaba

a los conquis:.adore.;

'hasta el heroísmo, i los bajaba

hasta la crue: dad i ei crímen.

Tal como

d

mar enfureci–

do •vuelve

a la calma

cuando

cera la tempestad, así se calma–

ron los dos socios

al escucha1·

las mesurada::

palabras

de los

dos compañeros, que les hacían

vislumbrar las glorias

del oro i

de

la~

riqueza(•

fantá~tKas

del

maravilloso Pirú.

I terminaron por estrechat–

se en un abrazo de reconcrlia·

ción. Martín Felipe i sus compa–

t¡eros contemplaban entrir:tec:do

>

la extraña escena.

Tristes

e.~· aban

de:de qu '!

vieron

la

mat.anza inmotivada de

sun compatriotas.

El Consejo de guerra termí–

nó, acordándo!:e poner en prácti–

ca el p!an de Almagro.

En se–

guida se encomendó a Ruiz l:e–

vase los

barco~

a un lugar segu·

to donde pudiesen quedarse Pi–

zarro

i

su gente.

Pero la costa poblada pre–

.:entaba un aspecto a.menazador.