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soldados, así ,como
a buen nú–
mero de caballos.
Bien dispuesto
el pequeño
ejérci.to,se desplegó
la cabal!le–
ría con
el
fin de hacer ,escara–
muzas para atemorizar a •los in–
dios.
Haciendo
señas
amistoflas
se acercaron
con gran ostenta–
ción,
i cuando se
encontraron
battan,te próximos, hicieron una
tremenda descarga
de
arcabu–
ces, que tendió , varias decenas
de tahuantinsuyus.
Estos, enfurecidos, atacaron
con bravura
i
a
~ oda
carrera, de
l;:!Odo que no
teniendo tiempo
loe. españoles para cargar sus ar–
mas, se dieron a la fuga , mien–
tra,s
Ja cabailería cargaba con
ímpetu, conteniendo
un tanfo
a
aquel formidable ejército.
Volvieron
a cargar
SU$
ar–
( abuces,.
los
españoles,
i de
nuevo sembraron la muerte i el
¡::
ánico en los naturales, que no
tenían
como
contrarrestar
los
mortíferos efectos del arcabuz.
No obstante, una
lluvia de
dardos enr.ombrec\ó el aire, i va–
r :os
españole-~
cayeron mortal–
mente heridos.
¡Jesús!, ... . .. -
1
se dt:tu-
vieron
en un
charco
de san-
gre . .. .. .
Sus compañeros los recojie–
ron aprel:uradamente,
i aprove–
rhando la vacilación de los gue–
rreros
tahuantinsuyus,
se refu–
giaron
inmediatamente
en sus
buques.
-A levar el ancla! . . ... .
-¡Santo Dios! : hemos per-
dido siete valientes!,-
exclamó
Nicolás de Rivera.
-¡Malditos
perros!,-
rugió
Pízar,ro, apretando
.los puños.–
Quiera Dios ponerlos otra vez en
nus manos ..... .
-Estamos muriendo misera–
blemente i sin objeto!,- gritaron
espantados los españoles.
1
de nuevo cundió el grito;
-¡A Panamá! ... . . ¡A Pa–
r.amá! · '· . ..
En altamar se reunieron en
Consejo de guerra.
La mayoría
opinó porque la empresa se aban–
donara consideránd01la como im–
por.ible de realizar: era demasia–
do grande i poderoso aquel Im–
perio; pues · si bien era cierta lo
que Martín
F
e'lipe había ' asegu ·
rado acerca de su opulencia i de
su riqueza, también lo era cuanto
dijera de rus ejércitos formida–
b b s e invencibles.
Pero Pizarro
i Almagro i
un puñado
de corazones
bien
tempLados con
la realidad del
ero,
consideraron que
no era
t1empo de volver atrás.
-Volver a Panamá,-
excla–
mó Almagro,-
casi derrotaldos,
es una afrenta para un buen cas–
I
ellano. ¿Quién
no ha
dejado
deudas allá? ¡Por ellas nos es–
peran la cárcel i la miseria! .. .
Porque allá nos
esperan nues–
tros acreedores,
que nunca po–
drán perdonarnos.
A d e m á s,
(por qué
acobardarse ante las
p rimeras vicisitude1: ? . . . . . Mé–
jico es tan grande como el Pi–
rú, i Cortés,
el val.iet\te,
lo ha
conqui~ tado
con un puñado de
bravos como nosotros.
¿O
quién
se cree inferior a los conquis.ta-
dores de Méjico? . ... . .
1
aprovechando
el
momen-