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-153-

si

no os fiáis en nuestra:;

razo–

nes

i en

cuanto

nuestros ojos

han contemplado, teneos viendo

e!:tos

indios;

contemplad

sus

hermosos

vestido~.

sus alhajas,

i

los tesoros que sus compañeros

r·oc han regalado, que son prue–

bas

sobradas

de la

existencia

del Imperio que

hemos busca–

do.

-Igual cosa nos

engañaron

los indios que hubimos por pri–

~ioneros!

;-

gritaron;-

i

las ri–

quezas que nos prometieron,

re

trasformaron

en

hambres, en-

fermedades i muerte! ... .. .

-No queremos morir como

nuestros compañeros

infortuna–

dos!,- gril·aban

ótros. -

¡Harto

hemos sufrido ya miserias i

p~

tes! . .... .

1 cuando Karúnchak les dió

a entender la existencia real de

su fabulo:o País; cuando les di–

JO:

·-A diez soles de aquí, está

T umpis, mi tierra,

donde Apu

T úpac, gobierna en noJ11bre de

Sapan lnka,

cuyo

palacio está

forrado con planchas

de oro, i

tiene un ejército

tan numeroso

como las estrellas del cielo . ...

gritaron con todo convenct–

tniento:

-Si las pestes,

el hambre i

los animales feroces no nos han

EXterminado, de aní no volverá

ninguno, porque

los indios ba-

rrerán con nosotros! ..... .

-¡Basta ya de engaños

1.

¡A Panamá

1. . . . .

¡A Panamá!

...... ,- gritó enfurecido Pania–

bua.

Pizarro, entonces, se irguió

con toda

la majestad que aún

comervaba.

-¡Cristianos!,- gritó:- que no

ofusque el dolor

vuestra razón.

Mirad

con calma

las riquezas

que

no~

trae Ruiz; contemp·lad

por un momento

el aspecto de

los

indios: ¿no dan la certenidad

de opulencia

i

riqueza?

¿Cómo

aba¡ndonar

la

empr~a

cuando

princrpramos a gustar sus frutos?

..... Y

o os prometo . . ... .

-¡No queremos perecer!,-

le

interrumpieron.

-Estamos hartos de prome–

: as! ... ..

-Las promesas

no

[e co-

men! .. ... .

-¡A Panamá! . . . ¡A Pana–

má! . .. . .

1

el

motín hubiera estalla–

do fatalmente,

si en esos mo–

mentos no se hubiera oído gri–

tar con incontenible alegría:

-¡Almagro! .. . ¡Almagro! ..

Efectivamente:

el

buque de

Almagro se acercaba gallardo i

ágil, como la erperanza que mu·

chas veces se encendía en el áni–

mo de

aquellos

hombres tan

Henos de contradicciones.

Por un momento se acalló

l!a

gritería, i viendo el buque, la

mayoría se olvidó de su avari–

cia i pensó en regresar aún has–

t·a el blondo regazo de su pro–

pia Patria.

-¡A España! . .. . ¡A Espa–

ña! .. . . ,- gritaron de nuevo.

El buque ancló con esa ma–

jestad de las cosas

raras e Im–

ponentes.

Gallardos los pequeños bo–

tes se acercaron a la playa.

Almagro saltó a tierra, ale–

gremente, cual si volviera triun-

f