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si
no os fiáis en nuestra:;
razo–
nes
i en
cuanto
nuestros ojos
han contemplado, teneos viendo
e!:tos
indios;
contemplad
sus
hermosos
vestido~.
sus alhajas,
i
los tesoros que sus compañeros
r·oc han regalado, que son prue–
bas
sobradas
de la
existencia
del Imperio que
hemos busca–
do.
-Igual cosa nos
engañaron
los indios que hubimos por pri–
~ioneros!
;-
gritaron;-
i
las ri–
quezas que nos prometieron,
re
trasformaron
en
hambres, en-
fermedades i muerte! ... .. .
-No queremos morir como
nuestros compañeros
infortuna–
dos!,- gril·aban
ótros. -
¡Harto
hemos sufrido ya miserias i
p~
tes! . .... .
1 cuando Karúnchak les dió
a entender la existencia real de
su fabulo:o País; cuando les di–
JO:
·-A diez soles de aquí, está
T umpis, mi tierra,
donde Apu
T úpac, gobierna en noJ11bre de
Sapan lnka,
cuyo
palacio está
forrado con planchas
de oro, i
tiene un ejército
tan numeroso
como las estrellas del cielo . ...
gritaron con todo convenct–
tniento:
-Si las pestes,
el hambre i
los animales feroces no nos han
EXterminado, de aní no volverá
ninguno, porque
los indios ba-
rrerán con nosotros! ..... .
-¡Basta ya de engaños
1.
¡A Panamá
1. . . . .
¡A Panamá!
...... ,- gritó enfurecido Pania–
bua.
Pizarro, entonces, se irguió
con toda
la majestad que aún
comervaba.
-¡Cristianos!,- gritó:- que no
ofusque el dolor
vuestra razón.
Mirad
con calma
las riquezas
que
no~
trae Ruiz; contemp·lad
por un momento
el aspecto de
los
indios: ¿no dan la certenidad
de opulencia
i
riqueza?
¿Cómo
aba¡ndonar
la
empr~a
cuando
princrpramos a gustar sus frutos?
..... Y
o os prometo . . ... .
-¡No queremos perecer!,-
le
interrumpieron.
-Estamos hartos de prome–
: as! ... ..
-Las promesas
no
[e co-
men! .. ... .
-¡A Panamá! . . . ¡A Pana–
má! . .. . .
1
el
motín hubiera estalla–
do fatalmente,
si en esos mo–
mentos no se hubiera oído gri–
tar con incontenible alegría:
-¡Almagro! .. . ¡Almagro! ..
Efectivamente:
el
buque de
Almagro se acercaba gallardo i
ágil, como la erperanza que mu·
chas veces se encendía en el áni–
mo de
aquellos
hombres tan
Henos de contradicciones.
Por un momento se acalló
l!a
gritería, i viendo el buque, la
mayoría se olvidó de su avari–
cia i pensó en regresar aún has–
t·a el blondo regazo de su pro–
pia Patria.
-¡A España! . .. . ¡A Espa–
ña! .. . . ,- gritaron de nuevo.
El buque ancló con esa ma–
jestad de las cosas
raras e Im–
ponentes.
Gallardos los pequeños bo–
tes se acercaron a la playa.
Almagro saltó a tierra, ale–
gremente, cual si volviera triun-
f