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l.a una enorme

vela cuadrada

manejada por un timón. Un

so~

lo tablón

la

ser;vía de proa

í

de

tajamar, i tenía la forma de un

raro animal

con cola

de pez.

Llevaba una bien construída cu–

bierta, con

!:U

caseta para abri–

garse de

la intemperie

i dor-

mir. Más de una decena de ex

trañas personas viajaban allí, con

todas las comodidades

apetecí

bies i una gran cantidad de oh·

jetos para negocio.

Dos mujeres hermosas, con

la hermosura de la raza sencilla

e

impenetrable

del pueblo del

Sol, descansaban, recostadars en

la car;eta. Los rayo-::

del Sol a–

lardecido daban a su

~igero

color

cobrizo,

1rizaciones de oro,

de

modo que !as mujeres parecían

es.tatuas del

tan codiciado me•

ral; por

lo que

mucho>~

de los

españoles,

acostumbrad"s Ya a

creer en el milagro de un J,mís

don·de los t·éres humanos podi·•n

ser de oro, quedar on estupefac–

tos ante la simple visión de las

,Jonceltas que,

recostadas indo–

lente/mente, ni siquiera se movie–

ron ante la aparición de,! buque

extranjero,

que interesó

a

los

hombre¡: desde el punto de vis–

t.a de saberlo porta'dor de esos

hombres extraños, mezcla de lo–

cos i de ladrones.

1

los españoler. se hubieran

dejado llevar para

siempre de

~ u

fantasía,

las

fantásticas

mujeres no

se hubíerap al fin

puesto de pie con gran majes–

tad . Llevaban finísimas túnicas,

que en colores brillantes e inde–

leble". presentaban

compücados

dibujos, dejando

'-'et

a

ve~es

e

taruka veloz, el llama, o la uí

kuña huraña;

í

en otras franjas

en que

las

túnica~'

rema ·aban.

pájaros marinos,

con pequeños

peces en el pico.

Bartolomé Ruiz pegó suave·

mente su buque

a ia sencilla

i

pintoresca nave, dirijiendo

a sus

tripulantes las más dulces pala–

bras i las más

acojedoras

~ eña·

les de exigida amistad.

Los personajes

extraños le

invitaron

a

subir a su nave, i le

acojieron con

la má:::

generosa

hospitalidad.

JVenimos de

paz a voso–

tros,- dijo Bartotlomé Ruiz.

-Bienvenidos seáis,

extran–

jeros. Que lnti amoroso os dé

buen día,- dijo

el más

f~.tuoso

de aquellos hombres, señalándo–

le

el Sol.

Era el

Kuraka

Kollanan,

que, en companta

de sus muje–

res i de expertos en los negocios

. de perlas

i de

er

me>:aldas, se

dirijía a los pueblos del Norte.

Bar

~ok.mé

Ruiz

obsequió

luego al Kuraka

con espejitos,

con cascabeles

i

otra~

baratijas,

lo mismo que a

su~

mujeres.

1

aunque poco

o nada compren

dieran de los idiomas, continua–

ron

~n

demostrarse mutua

amís~

tad.

-Que Uirakocha

te premie

por

tus

regalos,-

dijo el Kura–

ka,-

i

haga gozar

t.u corazón

como los rayos del SoL.

Habló a Ja¡: mujeres, i eflas

~caron

algunas alhajas de oro.

un collar de

in

e!~'

imable valor

i

dos túnicas que el Kuraka lobl

sequió al Piloto español, con de