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De repente úno de aque ll os
troncos, adquiriendo extraña e–
lasticidad,
se desenroscó como
un lá .igo del Demonio, i cojien–
do dor. de
lo~
descuidados sol–
dados, los enroscó con tal fuer–
za que los huesos
fueron cru–
giendo mientra!; los hombres re–
soplaron
como dos
fuelles. en
un grito ahogado, como de toro
sacrificado.
Horrorizadoc los demás es–
pañoles, se dieron cuenta que se
trataba de una boa descomunal.
-¡Maldita
sea mi
suerte!–
gritó Juan Gómez Pérez, el más
avaro de aquellos hombres.
Desesperados de encontrar
el rico país cultivado de que ha–
bían hablado sus pri(ioneros, re–
~ olvieron
emprender el camino
de regreso,
\o cual no era fácil
por entre aquellos
sinie ~tros
bos–
ques,
desde cuyos
ramajes los
boas acechaban su presa.
Pizarro pensó que sería me–
jor volver por la orilla del río,
i encaminó su tropa hacia él. 1
como si el Cielo
quisiera aco–
rrerle, encontró
una canoa en
~
us márgenes, i en ella metió a
catorce
de sus
solda dos, es co–
jiendo entre
lor enfermos i los
más maltratados.
La corriente se flevó la ca·
noa con ta 1 rapidez, que pronto
dejó de verse.
Entretanto
!os
naturales,
que seguían todos
lo~ .
movimien–
tos de Pizarro i los suyos, i que
al propósito habían dejado allí
la minúscula embarcaCión, espe–
raban en un recodo del río, me–
tidos en ocho canoas.
Como accediendo a sus ma-
l.abros deseos,
la canoa venía
p€;gada
a la playa,
encallando
en el fango de la ribera.
Con endiablada
alegría se
lanzaron los indios sobre los e¡;–
paño1es,
i los acribillaron i los
fueron matando a flechazos.
-
·1
Maldición
1..... .
-¡ Vírgen Santísima! . . . Por
la sangre de Nuestro Señor, so–
córrenos Madre JlUestra! .....
El horror de los blancos no
tenía límites.
Tres de elloS',
embrazando
su escudo,
r.al'taron al agua con
el
fin de atacar a los indios con
sus espadas; pero ee hundieron
en el fango traidor i fueron tra–
gados por los caimanes.
Entretanto Pizarro, ignoran–
te de la
suerte de
sus pobres
soldados,
era
atacado
desde
las lomas vecinas.
Al día siguiente,
loa espa–
ñoles se llenaron de coflternación,
c.uando en su trayecto encontra–
ton al borde
del río,
la ropa
destrozada i algunos
huesos de
rus compañeros. . . . Los caima–
nes i los gallinazos,
habían sa–
ciado en ellos todo su hambre.
-¡Jesús! ... .. ,-
exclamaron
pavoriza dos.
-Oh Cristo
1:
cómo
has a–
bandonado a tus siervos! cuando
buscaban contritos tu glloria:! . .. .
Para colmo de sus desgra–
cias, las
provisiones
se consu–
mieron, i los demacrados solda–
dos, comenzaron alimentarse de
mangos verdes
i algunas yerbas
desagradables.
Derpués de terribles pade–
cimientos, llegaron
a
la costa,
cionde
la pequeña
guarnición