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-146-

De repente úno de aque ll os

troncos, adquiriendo extraña e–

lasticidad,

se desenroscó como

un lá .igo del Demonio, i cojien–

do dor. de

lo~

descuidados sol–

dados, los enroscó con tal fuer–

za que los huesos

fueron cru–

giendo mientra!; los hombres re–

soplaron

como dos

fuelles. en

un grito ahogado, como de toro

sacrificado.

Horrorizadoc los demás es–

pañoles, se dieron cuenta que se

trataba de una boa descomunal.

-¡Maldita

sea mi

suerte!–

gritó Juan Gómez Pérez, el más

avaro de aquellos hombres.

Desesperados de encontrar

el rico país cultivado de que ha–

bían hablado sus pri(ioneros, re–

~ olvieron

emprender el camino

de regreso,

\o cual no era fácil

por entre aquellos

sinie ~tros

bos–

ques,

desde cuyos

ramajes los

boas acechaban su presa.

Pizarro pensó que sería me–

jor volver por la orilla del río,

i encaminó su tropa hacia él. 1

como si el Cielo

quisiera aco–

rrerle, encontró

una canoa en

~

us márgenes, i en ella metió a

catorce

de sus

solda dos, es co–

jiendo entre

lor enfermos i los

más maltratados.

La corriente se flevó la ca·

noa con ta 1 rapidez, que pronto

dejó de verse.

Entretanto

!os

naturales,

que seguían todos

lo~ .

movimien–

tos de Pizarro i los suyos, i que

al propósito habían dejado allí

la minúscula embarcaCión, espe–

raban en un recodo del río, me–

tidos en ocho canoas.

Como accediendo a sus ma-

l.abros deseos,

la canoa venía

p€;gada

a la playa,

encallando

en el fango de la ribera.

Con endiablada

alegría se

lanzaron los indios sobre los e¡;–

paño1es,

i los acribillaron i los

fueron matando a flechazos.

-

·1

Maldición

1..... .

-¡ Vírgen Santísima! . . . Por

la sangre de Nuestro Señor, so–

córrenos Madre JlUestra! .....

El horror de los blancos no

tenía límites.

Tres de elloS',

embrazando

su escudo,

r.al

'taron al agua con

el

fin de atacar a los indios con

sus espadas; pero ee hundieron

en el fango traidor i fueron tra–

gados por los caimanes.

Entretanto Pizarro, ignoran–

te de la

suerte de

sus pobres

soldados,

era

atacado

desde

las lomas vecinas.

Al día siguiente,

loa espa–

ñoles se llenaron de coflternación,

c.uando en su trayecto encontra–

ton al borde

del río,

la ropa

destrozada i algunos

huesos de

rus compañeros. . . . Los caima–

nes i los gallinazos,

habían sa–

ciado en ellos todo su hambre.

-¡Jesús! ... .. ,-

exclamaron

pavoriza dos.

-Oh Cristo

1:

cómo

has a–

bandonado a tus siervos! cuando

buscaban contritos tu glloria:! . .. .

Para colmo de sus desgra–

cias, las

provisiones

se consu–

mieron, i los demacrados solda–

dos, comenzaron alimentarse de

mangos verdes

i algunas yerbas

desagradables.

Derpués de terribles pade–

cimientos, llegaron

a

la costa,

cionde

la pequeña

guarnición