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do!l hombres. lnti te ha idumina–
c~o.
porque así conocerás de cer–
ca a los blancos; sus armas mor–
tíferas i sus animales extraños.
Luego añadió para sí:
-Le llevaré a Kosko conni·
go i de todo
le dará cuenta al
Emperador.
El jefe español, viendo la
vacilación
del tumpis,
i com–
prendiendo por
las señalez del
jefe tahuantinsuyu,
que se
tra~
taba de propiciar1e tres compa–
ñeros, dijo risueño:
-Puedes
subir a
mi nave
con tus parientes. En elJa hare–
mos la travesía
en más galana
manera i más rápido que en tu
nave.
·Los cuatro
tahuantinsuyus,
entre vacilantes i temerosos, su–
bieron minutos después a la na–
ve española, donde
~e
entretu–
vieron un rato largo, observan–
do los objetos que les eran des–
conocidos.
Con inusitada sorpresa vie–
ron luego que los blancos dirl–
j
ían su buque hacia el Sur .....
Ante ta, extraña conducta,
el Kuraka
ordenó
a los otros
cultivadas;
llenándose
todos de
inefable
gozo,
al
considerar
c;ue, tin lugar a dudas, estaban
ya dentro
del Imperio que con
tanto tesón habían pen eguido.
-Al fin,
hermanos!,-
gritó
con entusiasmo el Piloto.- No en
balde hemos suhido i hemos e:·–
tado cien
veces
frente
a
la
Muerte.
-!Tantos cristianos
sepulta·
dos en tierras sin bendecir! ... ,–
exclamó Juan del Barco.
-Aquella
tierra es la tierra
de promisión!,-
l:lecían
ótros,
colmados de la alegría más cán–
dida.
Después de haber atravesa–
do así la línea
equinoccial, re–
gresó el piloto en busca de Pi–
zarra.
Al llegar al río
San Juan,
los españoles de Ruiz encontra–
ron a sus desfallecidos i míseros
compañeros co'Ilnle '.amente des–
cono.cidos, ya casi cadáveres.
Faltaban muchos. i
el
ánimo de
los sobrevivientes
era
tal, que
aunqite Ruiz i los suyos les pin–
taron lo que habían
visto, con
los más esplendentes colores, co-
remeros,
continuara!)
el viaje, menzaron
a gritar
como otra
i volvió los ojos buen rato a la
vez:
nave extranjera, enteramente si–
lencioso i meditativo.
Entretanto Karúnchak, inte–
ligente
i audaz,
averiguaba el
nombre de cada cora,
i
con sor–
prendente
inteligencia, comenzó
a repetirlos.
Ruiz continuó bajando ha–
cia el Sur, hasta
el lugar que
llamó Cabo Pasao . A cada pa–
~:o
sus ojos
sce
recreaban con la
visión
de tierns
ampliamente
-¡A Panamá! ..... ¡A Pa–
namá!. .....
Karúnchak
1
sus compañe–
··os contemplaban mui sorpren–
didos aquella e<;cena. Esos cadá–
veres les
inspiraron
miedo; i
por un momento los
tomaron
ror demonios alocados.
Pero Ruiz,
calmado, i re–
bosando
prudencia, gritó
a su
vez:
-Cristianos: escuchadme aún;