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-152-

do!l hombres. lnti te ha idumina–

c~o.

porque así conocerás de cer–

ca a los blancos; sus armas mor–

tíferas i sus animales extraños.

Luego añadió para sí:

-Le llevaré a Kosko conni·

go i de todo

le dará cuenta al

Emperador.

El jefe español, viendo la

vacilación

del tumpis,

i com–

prendiendo por

las señalez del

jefe tahuantinsuyu,

que se

tra~

taba de propiciar1e tres compa–

ñeros, dijo risueño:

-Puedes

subir a

mi nave

con tus parientes. En elJa hare–

mos la travesía

en más galana

manera i más rápido que en tu

nave.

·Los cuatro

tahuantinsuyus,

entre vacilantes i temerosos, su–

bieron minutos después a la na–

ve española, donde

~e

entretu–

vieron un rato largo, observan–

do los objetos que les eran des–

conocidos.

Con inusitada sorpresa vie–

ron luego que los blancos dirl–

j

ían su buque hacia el Sur .....

Ante ta, extraña conducta,

el Kuraka

ordenó

a los otros

cultivadas;

llenándose

todos de

inefable

gozo,

al

considerar

c;ue, tin lugar a dudas, estaban

ya dentro

del Imperio que con

tanto tesón habían pen eguido.

-Al fin,

hermanos!,-

gritó

con entusiasmo el Piloto.- No en

balde hemos suhido i hemos e:·–

tado cien

veces

frente

a

la

Muerte.

-!Tantos cristianos

sepulta·

dos en tierras sin bendecir! ... ,–

exclamó Juan del Barco.

-Aquella

tierra es la tierra

de promisión!,-

l:lecían

ótros,

colmados de la alegría más cán–

dida.

Después de haber atravesa–

do así la línea

equinoccial, re–

gresó el piloto en busca de Pi–

zarra.

Al llegar al río

San Juan,

los españoles de Ruiz encontra–

ron a sus desfallecidos i míseros

compañeros co'Ilnle '.amente des–

cono.cidos, ya casi cadáveres.

Faltaban muchos. i

el

ánimo de

los sobrevivientes

era

tal, que

aunqite Ruiz i los suyos les pin–

taron lo que habían

visto, con

los más esplendentes colores, co-

remeros,

continuara!)

el viaje, menzaron

a gritar

como otra

i volvió los ojos buen rato a la

vez:

nave extranjera, enteramente si–

lencioso i meditativo.

Entretanto Karúnchak, inte–

ligente

i audaz,

averiguaba el

nombre de cada cora,

i

con sor–

prendente

inteligencia, comenzó

a repetirlos.

Ruiz continuó bajando ha–

cia el Sur, hasta

el lugar que

llamó Cabo Pasao . A cada pa–

~:o

sus ojos

sce

recreaban con la

visión

de tierns

ampliamente

-¡A Panamá! ..... ¡A Pa–

namá!. .....

Karúnchak

1

sus compañe–

··os contemplaban mui sorpren–

didos aquella e<;cena. Esos cadá–

veres les

inspiraron

miedo; i

por un momento los

tomaron

ror demonios alocados.

Pero Ruiz,

calmado, i re–

bosando

prudencia, gritó

a su

vez:

-Cristianos: escuchadme aún;