CAPITULO XVIII
Mientras todo esto sucedía
en T ahuantinsuyu,
''los hombres
extraños'', cuyas
correrías
ha–
bían intranquilizado a los lnkas,
echaban su suerte sin conocerlo.
Estamos en el Darién, po–
bre colonia española, pantanosa
i malsana. donde l.a fiebre ama–
rilla diezmaba a los aventureros,
esqueletizándo jos
i volviéndolos
tan amarillos, como una flor de
mostaza, hasta abrirles La caridad
de la tumba.
i
sinembargo
los
paupérri~
mos hijos de España, la habían
bautizado con
el sonoro nom·
bre de Castilla del Oro. Tal
el
hambriento
De
halaga con el más
pobre manjar
que encuentra a
su paso,
i le achaca
sabor de
ambrosía ..... .
Vasco Núñez de Balboa, se
levantó más temprano que de
costumbre.
No le
inquietaban
amores, sino un
pequeño botín
de oro que
en una
excursión
habían quitado a los "indios...
Elegantemente vestido, con
su traje de caballero, esperó un
momento que
se le
juntase su
tropa.
El primero
·en
llegar fue
Francisco Pizarro,
a quien Bal–
boa estimaba
sobremanera por
~u
carácter enérgico de aventu·
rero audaz i valiente.
~Buenos
días,
su
señoría.~
dijo Pizarro.
~Así
los
tenga,~
exclamó
distraído Balboa.
Así
fueron
lleganao
sws
hombr'es. i entre ellos, Comagre,
hijo del cacique de Darién, mu.i
amigo de Núñez
i
que gustaba
de la compañía
de aquellos a–
ventureros.
Comisionado
Pizarro para
el reparto, comenzó a pesar las
pequeñas alhajéU del menguado
botín, con la mayor: escrupulosi–
dad. Sinembargo, halló algunas
dificultades por no poder rom–
per las alhajas en partes exalcta–
mente iguales, lo que motivó las
protestas más enconadas de los
que se consideraban
lesionados
en el peso más insignificane.
(:onlagre
se acercó enton–
ces,
i
dando un puñetazo en la
mesa, que hizo rodar
las alha–
jas por el suelo, así exclamó en
su lenguaje:
-Veo que
el oro les ciega
en tal forma, que por ese pobre
metal, no sólo habéis abandona–
do vuestro país,
sino que des–
preciáis los peligros,
las enfer–
medades
i hasta la
vida; pero
¿a qué reñir por tan poco? ....
Mirad esas altas montañas: de-