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tue acortando, los hombres fue–
ron formando dos
i
tres cercos
eri.zados de largos
i
f~.~¡ertes
ll <l–
kes.
Sapan lnka
tomó posesión
de uno de los peñascos que do–
minaban el llano. Accesibles del
lado que acababan de entrar,
el
pie era de un corte perpendicu–
lar.
Había llegado el momento
en que todos los animales trata–
ban de huir .
Pero ya
el
cerco
se
había
cuadruplicado,
i los
fuertes garrotes
comenzaban a
funcionar.
De repente un puma deses–
perado, dió un
terrible rugido,
1
se abalanzó sobre los hombres.
Apu Huátuk
lo
amparó
con su enorme garrote, metién–
dolo en el hocico. El ;mima! se
puso furioso i dió una dentella–
da feroz. Entonces los hombres
se aba.lanzaron i
le atacaron a
garrotazos:
La fiera se debatía llena de
rabia.
Puma Sonko
le asestó un
golpe terrible que le hizo andar
casi
arralltrándose .
El
animal
dió un rugido que fue a reper–
cutir en las peñas
i quedó vi–
brando en los tímpanos, i se fue
perdiendo allá, en la lejanía, co–
mo un trueno espantoso.
Puma Sonko le asestó otro
golpe en la
formidable cabeza,
que le hizo caer atontado, i a–
llí le ultimaron sus hombres.
El puma se quejó largamen–
te,
i
mostró, enconado, los pode–
roaos colmillos ensangrentados.
-¡Ayllil .. . . ¡Aylli! ....
-1
Puma Sonko1
-¡Puma Sonko 1....
Parecía que acabara de in–
flingirse severa derrota a un
é–
jército de salvajes.
Las akllas
i ñustas glorifi–
caban al valiente Hijo del SoL
Mientras
tanto la hembra
de1 puma se batía por otro cos–
tado.
El vocerío
retumbaba en
los cerros.
Tres kollas atacaron al ani–
mal a garrotes . La fiera esquivó
a úno de
ellos i se
lanzó con
violencia; i antes que el hombre
pudiera rehacerse, le dió un te–
rrible zarpazo en el pecho i en
su
trayectoria le desgarró las en–
trañas.
Un grito
de terror
se es–
trelló en
los peñascos
i se ex–
tendió hasta la Corte del lnka.
Los hombres quedaron paraliza–
dos por
un istante. Pero luego
volvieron
a la defensa
del he–
róico kolla, que descargaba por
última vez su garrote, i caía en–
charcado en su sangre.
Auki Atok llegó a toda ca–
rrera . Traía
una estólica. Con
gran maestría lanzó el dardo afi–
lndo que fue a penetrar ·diestra–
mente en el corazón de la fiera.
Un solo grito, largo, inter–
minable,
de triunfo,
se elevó
ha~ta
los cielos,
donde
el Sol
parecía haberse
detenido, está–
tico, a contemplar la bravura de
sus Hijos i de su pueblo.
Apu Huáskar contemplaba
con delectación especial aquellas
escenas heróicas, recordando los
gratísimos
tiempos
en
que él
también fuera actor.
Los kollas
enfurecidos,
se