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-115-

tue acortando, los hombres fue–

ron formando dos

i

tres cercos

eri.zados de largos

i

f~.~¡ertes

ll <l–

kes.

Sapan lnka

tomó posesión

de uno de los peñascos que do–

minaban el llano. Accesibles del

lado que acababan de entrar,

el

pie era de un corte perpendicu–

lar.

Había llegado el momento

en que todos los animales trata–

ban de huir .

Pero ya

el

cerco

se

había

cuadruplicado,

i los

fuertes garrotes

comenzaban a

funcionar.

De repente un puma deses–

perado, dió un

terrible rugido,

1

se abalanzó sobre los hombres.

Apu Huátuk

lo

amparó

con su enorme garrote, metién–

dolo en el hocico. El ;mima! se

puso furioso i dió una dentella–

da feroz. Entonces los hombres

se aba.lanzaron i

le atacaron a

garrotazos:

La fiera se debatía llena de

rabia.

Puma Sonko

le asestó un

golpe terrible que le hizo andar

casi

arralltrándose .

El

animal

dió un rugido que fue a reper–

cutir en las peñas

i quedó vi–

brando en los tímpanos, i se fue

perdiendo allá, en la lejanía, co–

mo un trueno espantoso.

Puma Sonko le asestó otro

golpe en la

formidable cabeza,

que le hizo caer atontado, i a–

llí le ultimaron sus hombres.

El puma se quejó largamen–

te,

i

mostró, enconado, los pode–

roaos colmillos ensangrentados.

-¡Ayllil .. . . ¡Aylli! ....

-1

Puma Sonko1

-¡Puma Sonko 1....

Parecía que acabara de in–

flingirse severa derrota a un

é–

jército de salvajes.

Las akllas

i ñustas glorifi–

caban al valiente Hijo del SoL

Mientras

tanto la hembra

de1 puma se batía por otro cos–

tado.

El vocerío

retumbaba en

los cerros.

Tres kollas atacaron al ani–

mal a garrotes . La fiera esquivó

a úno de

ellos i se

lanzó con

violencia; i antes que el hombre

pudiera rehacerse, le dió un te–

rrible zarpazo en el pecho i en

su

trayectoria le desgarró las en–

trañas.

Un grito

de terror

se es–

trelló en

los peñascos

i se ex–

tendió hasta la Corte del lnka.

Los hombres quedaron paraliza–

dos por

un istante. Pero luego

volvieron

a la defensa

del he–

róico kolla, que descargaba por

última vez su garrote, i caía en–

charcado en su sangre.

Auki Atok llegó a toda ca–

rrera . Traía

una estólica. Con

gran maestría lanzó el dardo afi–

lndo que fue a penetrar ·diestra–

mente en el corazón de la fiera.

Un solo grito, largo, inter–

minable,

de triunfo,

se elevó

ha~ta

los cielos,

donde

el Sol

parecía haberse

detenido, está–

tico, a contemplar la bravura de

sus Hijos i de su pueblo.

Apu Huáskar contemplaba

con delectación especial aquellas

escenas heróicas, recordando los

gratísimos

tiempos

en

que él

también fuera actor.

Los kollas

enfurecidos,

se