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o
hojas de1 descanso eterno.
Luego dirijiéndose
al
ina·
nimado Emperador,
le dijo, con
la temur.a de una hija:
·Apu: ¿creíste acaso que la
Reina Pacha te
sobrevivirí-a~
...
Soi tu
ca~~.~tiva:
ruega a
U\
Padre
me reciba
a tu lado, como he
vivido en
la
tierra .
Allí
te ser·
viré, porque
te pertenezco, co·
mo te pertenecen mi
R~ino
i mi
corazón.
Echó
un
puñado de hojas a
su boca i comenzó a masticarlas
con entera fruición.
La Corte la contempló con–
movida.
Rahua Okllo
se
acercó tam–
bién al Amauta, pero
él, que
comprendió sus deseos, le dijo:
-Hermana: la Coya preside
el Cortejo del Soberano.
Las princeras kitus se acer–
caron
a
su Señora, i le suplica–
ron las conceda
la
gracia de
a–
compañarla a
la
eterna morada.
La Reina
accedió gustosa,
diciéndolas que per:enecían al In–
ka,
como ofrenda
que de ellas
'le hiciera una nocb•e que nunca
'rnás podría olvidarse.
Así fueron chacchando, jun–
to con otras princesas i más de
cien akllas,
la~
hojas del eterno
descanso. Oichoras todas de po–
der acompañar
i servir al Hijo
de1 Sol, máe allá de este mundo,
en el seno piadoso del Señor de
la Tierra.
P~sada
la primera
impre–
sión, lQs corteranos se retiraron.
Los Amautas procedieron a em–
balsamar el cuerpo de Sapan In–
ka-;- así como
el de
la Reina i
de las princesas, haciéndolos a-
doptar la postura en la cual ha–
bían
de continuar más allá de
la Muerte.
............ ............
'
.
Cuando
el
cuerpo
estaba
ya embalsamado,
entre
llantos
desgarradores,
i en la'a
andas
. que le sirvieron en vida, se ini–
ció
el largo viaje del cadáver de
Huaina Kápac,
presidido por
Rahua Okllo,
la Coya preferida
del
lnka,
i
seguida por sus gue–
rreros i su guardia imperial.
Entretanto lnka Atau Hual
pa, que llegara
recién, presidía
el cortejo que, en vasijas de oro
bruñido, llevaba el corazón i la"
entrañas de Sapan lnka, al tem–
plo de Kitu,
así como el cadá–
ver embalsamado
de la Reina,
su madre,
donde descansarían
juntos eternamente.
Todos los pueblos del trán–
sito, e.alían
dando alaridos de
dolor i congoja, al
paso de la
fúnebre procesión
del Hijo del
Sol; hasta que
al atardecer de
un día nublado
se encontraron
con lnka Huáskar
i
toda su co·
mitiva.
El
joven Monarca bajó de
sus andaa, i con los ojo>:
nubla–
dos por el dolor,
se
acercó al
cadáver embalsamado,
i
después
de besa1le
en la frente,
excla-
mó:
-Oh, Padre amado:
me-
de-
jas en la orfandad! ..... .
Pronto se acercaron a Kos-
k
o.
Inmenso alarido de dolor
i
costernación,
estremeció
la
en–
trada de
la
Ciudad
Imperial.
Por las 1'3deras
i
cerros, los mit–
maccuna
i
el pueblo bajo, pare-