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-11

o

hojas de1 descanso eterno.

Luego dirijiéndose

al

ina·

nimado Emperador,

le dijo, con

la temur.a de una hija:

·Apu: ¿creíste acaso que la

Reina Pacha te

sobrevivirí-a~

...

Soi tu

ca~~.~tiva:

ruega a

U\

Padre

me reciba

a tu lado, como he

vivido en

la

tierra .

Allí

te ser·

viré, porque

te pertenezco, co·

mo te pertenecen mi

R~ino

i mi

corazón.

Echó

un

puñado de hojas a

su boca i comenzó a masticarlas

con entera fruición.

La Corte la contempló con–

movida.

Rahua Okllo

se

acercó tam–

bién al Amauta, pero

él, que

comprendió sus deseos, le dijo:

-Hermana: la Coya preside

el Cortejo del Soberano.

Las princeras kitus se acer–

caron

a

su Señora, i le suplica–

ron las conceda

la

gracia de

a–

compañarla a

la

eterna morada.

La Reina

accedió gustosa,

diciéndolas que per:enecían al In–

ka,

como ofrenda

que de ellas

'le hiciera una nocb•e que nunca

'rnás podría olvidarse.

Así fueron chacchando, jun–

to con otras princesas i más de

cien akllas,

la~

hojas del eterno

descanso. Oichoras todas de po–

der acompañar

i servir al Hijo

de1 Sol, máe allá de este mundo,

en el seno piadoso del Señor de

la Tierra.

P~sada

la primera

impre–

sión, lQs corteranos se retiraron.

Los Amautas procedieron a em–

balsamar el cuerpo de Sapan In–

ka-;- así como

el de

la Reina i

de las princesas, haciéndolos a-

doptar la postura en la cual ha–

bían

de continuar más allá de

la Muerte.

............ ............

'

.

Cuando

el

cuerpo

estaba

ya embalsamado,

entre

llantos

desgarradores,

i en la'a

andas

. que le sirvieron en vida, se ini–

ció

el largo viaje del cadáver de

Huaina Kápac,

presidido por

Rahua Okllo,

la Coya preferida

del

lnka,

i

seguida por sus gue–

rreros i su guardia imperial.

Entretanto lnka Atau Hual

pa, que llegara

recién, presidía

el cortejo que, en vasijas de oro

bruñido, llevaba el corazón i la"

entrañas de Sapan lnka, al tem–

plo de Kitu,

así como el cadá–

ver embalsamado

de la Reina,

su madre,

donde descansarían

juntos eternamente.

Todos los pueblos del trán–

sito, e.alían

dando alaridos de

dolor i congoja, al

paso de la

fúnebre procesión

del Hijo del

Sol; hasta que

al atardecer de

un día nublado

se encontraron

con lnka Huáskar

i

toda su co·

mitiva.

El

joven Monarca bajó de

sus andaa, i con los ojo>:

nubla–

dos por el dolor,

se

acercó al

cadáver embalsamado,

i

después

de besa1le

en la frente,

excla-

mó:

-Oh, Padre amado:

me-

de-

jas en la orfandad! ..... .

Pronto se acercaron a Kos-

k

o.

Inmenso alarido de dolor

i

costernación,

estremeció

la

en–

trada de

la

Ciudad

Imperial.

Por las 1'3deras

i

cerros, los mit–

maccuna

i

el pueblo bajo, pare-