Las momias reales
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el Autor de los
Comentarios.
El hecho es que las referencias aceptadas y
brindadas por URTEAGA como verdades históricas, únicamente demues–
tran la particular posición de este Autor ante la documentación
y
los pro–
blemas de la historia peruana más antigua, que puede definirse mediante
·el .símbolo de las 'mangas anchas', lo más anchas posible.
Esta cuestión de las momias reales no es de las que pueden to–
marse con ligereza, ni definirse mediante la incorporación
y
suma de
referencias superficiales, realizada sin previas operaciones de confron-
tación
y
crítica.
.
Empecemos por recordar lo que se sabe sobre las prerrogativas que
traía la posesión del cuerpo de un jefe{) rey difunto, deducido de las explí–
citas declaraciones de
PoLo
DE ÜNDEGARDO (misma colección limeña,
tomo IV, pág. 117). El hecho de poseer un 'cadáver' que fuese creído de
un tal personaje, constituía no sólo un motivo de orden religioso, sino un
talismán de gran provecho político y suma conveniencia económica para
quien lo poseía (ya fuese un particular, ya una entidad destinada al culto)
porque le aseguraba la servidumbre de los deudos y gentiles del muerto,
a quienes una estricta regla consuetudinaria prescribía brindar al cadáver
· una serie de prestaciones personales y en naturaleza, obediencias, ofren–
das, sacrificios, etc.
Una idea suficientemente aproximada de esos 'cuerpos' podremos
alcanzarla con relativa facilidad, al meditar que el cadáver se colocaba
sentado sobre el
duho**
o banquillo que tenía las veces de trono
(CoBo,
lib. XIV, cap. 19) teniendo la cabeza sobre las rodillas
(CoBo,
ibidem)
**Una de las graves impropiedades de la información del P. CoBo es la que se refiere
al nombre
duho
que este Cronista asevera que se daba en el Perú al banquillo empleado por
el Sapan-Inka a guisa de trono, cuyo uso fué extendido "por merced y privilegio del Inka"
a los grandes del estado (CoBo, lib. XIII caps. 25 y 36; lib. XIV, cap. 19).
Notoriamente, el vocablo
duho
no pertenece a las lenguas habladas en el Perú, sino a
las de las Antillas (Haiti); el Runasimi emplea el vocablo
tiana,
del verbo
tianiy,
sentarse.
Idéntico error fué cometido por SARMIENTO DE GAMBOA
(S
42) y LAs CASAS
(De las antiguas
gentes del Perú,
XXIII,
in fine)
aunque este Cronista, al hablar de
"sus
duhos
o asientos ba–
jos"
no determina explícitamente que a sí fueran llamados por los peruanos. Lo más curioso
es que el P. Cobo describe el objeto peruano con las peculiares características que distinguen
al banquillo usado por los pueblos de las Antillas; la cuestión, luego, reclama ser abordada
no sólo en su aspecto lingüistico, sino también en el ergológico. La persona que lo haga nos
brindará por cierto una contribución interesante, puesto que nos conviene saber con certeza
si la palabra, introducida en el Perú por los Españoles, logró fortuna en el uso del pueblo,
o si los Cronistas Sarmiento, Cobo, etc. simplemente la tomaron de la prosa de Las Casas.
En lo que concierne a Cobo , el hecho de transcribir la descripción del
duho
de la Española,
nos· amonesta a analizar siempre con una cierta dosis de cautela sus volúmenes, que si, por
una parte, da,n prueba de una mentalidad sistemática notable dentro de la literatura cro–
nística, d escubren, por la otra, su naturaleza de compilación de fuentes heterog6neas.