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J.
Imbelloni: Pachakuti IX
soberano antes de su muerte (AcoSTA, V, 6) y además las erogaciones de
los descendientes (CoBo,
XIII,
10).
De ordinario nadie podía ver los cuerpos de los difuntos reyes y se–
ñores fuera de las personas encargadas de su cuidado y custodia (CoBo,
ibídem).
Muy curioso es por cierto lo que aseguraban los nativos sobre
la perfecta interpretación de las voluntades del muerto: el personal en–
cargado sabía cuándo estos Reyes querían comer, beber y visitar a sus
parientes muertos y vivos,
y-
cuándo querían que los parientes vivos los
visitaran (CoBo). En estas visitas entre Reyes muertos, o de muertos a
vivos y viceversa, se hacían grandes banquetes y borracheras en que
comían y bebían los criados que los guardaban. Los alimentos aportados
por el público se aprovechaban de este modo, y sólo en parte se quemaban
a manera de sacrificio. La chicha se derramaba hasta llenar unos grandes
vasos de oro y plata llamados
wilke,
cuyo excedente se vertía en una piedra
redonda situada en medio de la plaza, durante las fiestas, y de allí en un
canal oculto. Los ministros brindaban a los vivos y hacían brindar a los
muertos entre ellos (CoBo,
XIII,
10). Estas noticias proceden del mismo
umbral de la Conquista, y Cobo, en realidad, no hace más que repetirlas
y desarrollarlas, puesto que figuran en la relación de PEDRO PIZARRO,
quien las registró en su memoria
"cuando entramos la primera vez en el
Cuzco"
enviado por el Marqués y Gobernador Don Francisco Plzarro.
"Cada muerto de estos tenía señalado un indio principal, y una india asi–
mismo, y lo que este ' indio e india querían, decian ellos que era la voluntad
de los muertos. Cuando tenían ganas de comer, de beber, decían que los muer–
tos querían lo mismo, porque así lo tenían de costumbre y irse a visitar los
muertos unos a otros, y hacían grandes bailes y borracheras y algunas veces
iban también a casa de los vivos, y 'los vivos a las suyas ..."
(PEDRO PIZARRa,_
págs. 294-5 de la edición de París 1938). El mismo Conquistador nos
refiere con sabrosa sinceridad lo que le ocurrió personalmente, cuando
recibió del Marqués la orden de acompañar a un capitán indio y a una
india a la bóveda, o
ppukullo,
de un 'bulto de esos muertos' con el fin de
"hablar a este muerto, y a pedirle de su parte le diese la india a este capitán..."
El conjunto de las referencias que acabamos de reunir con lógico
encadenamiento, nos proporciona copiosos elementos de juicio.
Aun si admitimos, en contra de todos los indicios: 1o, que ninguno
de los 'cuerpos' de los reyes fuese una falsificación fraguada en tiempos
relativamente recientes por el sacerdocio, cuando se hubo afirmado en
el saber popular la lista
y
sucesión pregonada por los cantores de gestas;
2°, que deba ser excluída én absoluto la confusión entre el 'cadáver' y el
wauki,
a pesar de que su eco resuena aún hoy en la prosa de los Cronistas;
3°, que los 'cuerpos' de la serie de
Urin-Qosqo
se conservasen perfecta-