La crisis de 143
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bimos en nuestro Extracto N
o
29; más que la biografía de
un Inka, es la descripción de un interludio cósmico, con todo
su truculento escenario de ruinas y angustias, y el Cronista
hace lo que puede para sincronizarlo con las destrucciones
y castigos de la doctrina cristiana.
Para los habitantes cultos del Perú Antiguo, quiero decir
para los
Hamautta-kuna
y sacerdotes, no hay duda que regía
sin atenuaciones de ninguna clase la valoración original del
Pachakuti.
Este representaba para ellos no sólo el finalizar
de un ciclo de años determinado, sino también el adveni–
miento de un período crítico en la vida de la Tierra y del
Hombre, que a distancias rítmicamente preestablecidas traía
en su comienzo la destrucción y la muerte, y luego en su
punto final, la renovación de la vida. Mal hicieron los frailes
españoles de la Colonia en despreciar y desprestigiar tales
'embustes y agorerías'; ellos ignoraban en qué medida esa
intuición de las periódicas destrucciones y sucesivas reno–
vaciones estaba emparentada con la alta cultura científica,
por un lado, y con la metafísica de Platón y las Escrituras
por el otro. Abundan en las Crónicas los vestigios de esta
creencia difundida en las sociedades organizadas de América,
y un lector orientado ·puede discernir página tras página el
eco del terror que invadía el corazón de los hombres al apro–
ximarse una de esas crisis mortales, no sólo en Guatemala,
México y Yucatán· (véase
Religiones de América
Nos. 3, 4
y
5)
sino también en el Perú
(Religiones de América
No
1, 2, 8,
11 y 12), con una vehemencia y sinceridad de expresión que–
apartando la envoltura fabulosa - debería ya haber preocu··
pado al historiador, si éste no hubiese sufrido la degeneración
retórica y literaria iniciada por Garcilaso.
Durante el reinado de Wiraqocha vencía una de esas
etapas críticas, el
Pachakuti.
En el aspecto puramente cro–
nológico significaba que terminaría un bien determinado
sector o período del cómputo peruano, ·y por el testimonio