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torbo para sus hermanos, que veían disminuir rápidamente

las provisiones.

Como no ·conocían la comarca, terminaron por extra–

viarse,

y

con las alforjas vacías, medios muertos de hambre,

resolvieron deshac·erse .de su hermano m·eno:J;". El más cruel

propuso matarlo, pues así no los denunciaría jamás a__sus

padres; el otro manifestó qué más provechoso sería arran–

carle los ojos para d·evorarlos.

1

Después de una breve discusión, el segundo

se

arrojó

, sobr·e Lanchi, qU.e dormía confiado sobre la hierba, y suje–

tándole la cabeza con una rodHla, hundió sus afiladas uñas

en las órbitas de

su

víct.ima, le arrancó ambos ojos e inme- .

diatamente los monstruos se los comi·eron.

Hecho esto, dejaron al cieguecito abandonado a · una

ml,lerte segura

y

desapareci·eron detrás de unas -rocas.

De pronto el herido oyó el melodioso canto de un pájaro

y

a tientas se dirigió hacia el lugar en donde aquél parecía

sonar. Caminó hasta que ·chocó con el troncó de una quenua

(rosácea), que era ·el sitio preciso de donde provenían los

hermosos trinos. Trepó al árbol

y,

palpando las ramas, puso

la mano en un nido dentro del cual empollaba su nidada

- una hembrita de.

~cuculí

(

melopia meloda).

Sintiéndose cogida, ésta le suplicó:

---.Déjame, por iedad. ¿Qué ·mal te he ·hecho

.yo?

Es–

cucha: si me dejas en libertad, procuraré consolarte· con

mis dulces ac·entos:

¡

urpai ... , cucuy ... , tanrane!

~piadado,

Lanchi abrió la mano y, a su vez, imploró:

-Condúc-eme a algún lugar que tú conozcas, donde pue–

da calmar el hambre y ta sed que me atormentan.

--Quédate ·aquí

y

haré algo más por t.i -replicó el pá–

jaro·, admil'lado de encontrar tanta nobleza en un hombre y

tanta misericordia en un niño.

Y la tórtola le ·entr·egó prim!ero unos polvos blanc9s pa-

. ra que se aplicara en las llagas de sus ojos; en seguida, dos

cristales redondos, que se debía encajar en sus órbitas va–

cías,

.Y,

por último, una varita con que golpearía suave–

mente su herida todos los días.

El cieguecito permaneció en la planicie

y

siguió todas

las recom·endaciones del a ve; poco a poco fué sintiendo que

las llagas se cerraban,

y

un día, ¡oh, félicidad!, las bolas

de

cristal se transformaron en ojos verdaderos; lentam·ente, la

lua fué penetrando en ellos, hasta que Lanchi volvió a ver

el sol, las montañas,

y

las cosas ...

Deslumbrado, el niño cayó d·e rodillas, lervantó los bra-

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