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.

martillarlas con guijarros duros. Estas hojas no tenian, a

veces, más de un décimo de milímetro de ·espesor. ·Hábilmente

cortadas,

s~

convertían en verdaderas obras

ma~estras

de de–

licadeza y

f~nura:

frágiles copas .de 30 centímetros de alto

por 10 de diámetro; mariposas de cuatro c-ehtímetros de

ancho y cuyo centro de _gra

v~edad

estaba tan bten calculado

que, al lanzárselas al espacio, planeaban largo rato antes de

caer al suelo. Aun se encuentran alguD;as ·en las sepulturas:.

más de cinco mil insectos de oro fueron exhumados sola–

roente de las tum-bas .de Trujillo.

P·ero, sin

du~a,

eran las minas las que proporcionaban

la más alta cantidad de este precioso m·etal, a

ve~ces

en pe–

queñas masas de mil y mil trescíentos gramos.

¡Y-

en qué

abundancia! Recordemos, como prueba, el rescate que se

dió al conquistador Pizarra por el inca prisionero, Atahualpa:

una pi-eza de si·ete metros de largo, seis de ancho y tres de

alto, llena de lingotes, placas, estatuas y joyas de oro puro.

O

sea,

12,6

metros cúbicos, cuatro millones de libras esterli-–

nas, 700 miHoners de francos de nuestra moneda actual.

En la época incai·ca la fundición progresa. El mineral

triturado es tran.sportado a lomo de llama o de hom·bre hasta

los hornos de r·educcióp, situados siempre en algún desfila–

dero o cima expuesto ·a los vientos. 10onstruidos en ladriUos,

m·ezcla de tierra y cavbón, ·estos hornos casi cuadrados te- ·

nian 90

centi~metros

de altura. Cuatro aberturas en la tapa

y un número igua1 de ventanucos .en Ios costados pe'rmltían

el paso a las corrientes de aire, que avivaban e[ fuego de

carbón y, sobre todo, de maiz muy seco.

.

El fundidor no colocaba jamás ·el oro solo en el horno;

sino que le agregaba otros metales que

s~

fundí·an oon más

rapidez; éstos, con sus calorías, favorecían en seguida la fu–

sión del

pr~mero

y

jun~s

se

escurrían hacia la base, dond·e

aguardaba un re.cipiente de greda.

Un~

vez fría, esta masa

era lanzada dentro de un segundo brasero, de un c·alor más

moderado, suficiente para fundir los .metales secundarios.

Asi

se deslizaban aisladamente por los huecos del fondo,

mientras el

o.ro

permanecía duro.

La plata se obtenía )JOr

l!os

mis.mos medios; pero a las

pi·~ras

del horno el quichua sólo agregaba plomo, m·etal que

luego trasladaba a su choza.

~1

indio posee

un

pequeño horno de greda, con una cú–

pula y ablerto por abajo. Dentro de él introduc·e un crisol

o

r~ecipi·ente

de

gr·ed~,

con, gr·andes hoyos laterales

y

que se

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