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te y continua. .Y en un terreno tan accidentado, donde los

ríos y torrentes

son

·escasos, donde los surcos que han de

regarse se encuentran casi sobre cimas de tres y ·cuatro mil

metros, el proble;ma era de los más complicados. Sin embar–

go, la· fuerza y la grandeza del imperio dependían de

esas

gotas de agua.

.

Por esto los 'incas no vacilaron,

y

cada uno de ellos

es–

timuló a

sus

'ingenieros para que perfeccionaran la obra .de

la naturaleza. Bajo la dirección d_e éstos cien mil quichuas

trabajaran durante un siglo entero-, sin otros in$trumentos

que unos martillos de cobre, rastrillos y palas de madera,

hachas y tijeras de bronc·e. Y

f:ué

con

t.an

débiles a r.tefac–

tos que_estas hormigas humanas levantaron primero inmen–

sos diques para formar tranques y lagos artificiales que de- '

tenían el agua

~e

los

deshielos junto _a las cimas de 5,QOO

metros; luego construyeron 700,000 ki-lómetros

de

canales

1

en tupida

re~,

-venas y arterias_que conducían "la sangre

blanca

y

la vida" desde la cabeza hirsuta de la cordillera

hasta ·la base

y

los yaHes que se extienden hacia el océano.

,¡Cuántos obstáculos han debido venc·er ·estos intrépidos

obreros! Sus a·cueductos cruzan vaUes enteros; sus canales

atraviesan montañas por túneles tapizados de

anc~as

pie–

dras, tan perfe·ctamente unidas, sin

eeme~to

alguno, que no

existe la menor filtración. Sus obras de albáñilería

y

sus

pasajes abiertos en la roca viva conducen el agua cada vez

más alto, a lo largo de

los

accident-es

y

sinuosidades del te–

rreno, distribuyéndola por ·Ias p·endientes, por medio de com–

puertas abiertas en súcesivas ramificaciones.

Estos canal·es seculares sirven aún

y

su limpi-eza da. lu-

. gar a

l~s ~ fiestas

antes descritas. Al principio, los más im–

portantes medían cinco metros de ancho por ocho o diez

de profundidad. Reducidos a la mitad, por el ti-empo, pro–

curan todavía a los quichuas modernos de los páramos

áridos ·el maíz

y

las patatas que son su único reéurso.

Para la limpieza,

dos

-cuadrillas s.e ayudan mutuamente;

uno

se

encuentra al fondd

y

lanza· las paladas de ti-erra

y

desperdtcios sobre un terraplén lateral a media altl::lra; otro

las re·coge

y

las arroja afuera.

Más que ahof¡a, la repartición de las aguas

se

·encontra–

ba sometida, en la época 'incaica, a una vigilancia draco–

niana. Los jefes de aldea, de tribu, de distrito, sea en persona

o por medio de sus subalternos, eJercían un control de día

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.

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