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su jergón, sin moverse, hasta que el calor de su cuerpo y

su sudor hacían germinar la semilla.

Terminada esta primera expiación, varios parientes de

la pareja se dirigían a la selva, mataban un ciervo o un

cabrito, regresaban con la piel recién-- arrancada al animal

y la extendían sobre cuatro palos. Hecho esto, la levan–

taban rmuy tiesa, y los esposos

penitente~

se ·COlocaban, con •

una ·cuerda de maguey .al ·cuerlo, bajo e-Ste baldaquín san–

griento y s-e dejaban pasear de

este

modo, durant.e varios

días consecutivos, por toda la comarca.

La mayoría de las costumbres salvajes han desapareci–

do, pero aun sobr·eviven a'lgunas, y en ocasiones nos sor–

prenden. Hasta hac·e apenas tr.einta años, las parteras de

Ayacucho disponían de su

f~rmacopea

especial y particular:

romero, barbas d·e maíz, pezuñas de vaca, crestas de gallos

neg,ros, pétalos de lirio, y otros veinte elem·entos por el .es–

tilo, para tisanas y sahumerios. ·Además, disponían de unas

botellas ventrudas y una serie de jarros de greda de divel'–

sos colores: negros, grises, verdes, _rojos y amarillos. Estos

últimos ·eran ef.icacísimos en los ·casos más difíciles y la-

boriosos.

·

.

.

;

La matrona oscure,cía completa.mente la choza

y

tocaba

a su enferma con uno de esto-s jarras de greda en el ·color

adecuado a las cir.cunstancias, cuya

se.Ie~

cció.p.

constituía su

secreto inviolable. Un trozo de te1a sujetaba al mentón este

extraño casco. Después de

este

preámbulo, la comadrona pre–

sentaba a la enferma una de sus botellas vacías y le orde–

naba que soplara d·entro con todas sus fuerzas. Esta manio–

bra se veía siempre coronada por el más· completo éxito.

,

*

El qui-chua moderno recibe a ·cada uno de sus hijos conio

un tesoro. En cuanto a la esposa, no se inquieta en lo más

mínimo ni toma jamás la menor precaución durante la

época de gestación; se

di~ía

que sólo se a·cuerda de

su

ma–

ternidad en el momento mismo del acontecimiento.

Es~e

día

el marido no trabaja y la asiste como en cualquier .erifer–

me·dad.

Mientras la propia madre

envuelv-~

a su hijo en al- _

gunos trapos toscos, toda la casa

se

regocija;

~el

hermano

mayor, o algún vecino benévolo, se erige en mensajero y va

a anunciar la nueva al pa;drino, ·escogido de antemano y que

a menudo habita muy lejos.

Inmediatamente acude, aunque pa_ra ello tenga que ca-

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