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D' Harcourt y otros mus1cos e investigadores que no tienen pleno cono–
cimiento de las verdaderas fuentes de la música autóctona peruana. La
conocieron los antiguos peruanos desde muchos siglos antes de la venida
de Colón a es te continente, conforme acreditan no sólo innegables
hechos circunstanciales y poderosas razones de orden lógico, sino el
examen técnico comparativo de la música tradicional incaica, con el
canto gregoriano, y con fuerza más poderosa aún, el estudio de los
instrumentos lnusicales precolombinos, entre los que cito la antara de
barro cocido, procedente de la gran necrópolis de Nazca, de la costa
peruana, que, signada con el N9
3/6790,
se encuentra en el Museo
Nacional de Lima, instrumento que ha sido descrito en la página
60
y
siguientes, cuya escala presenta explícitamente las notas componentes
de la escala d e referencia, existiendo también , mlodías tradicionales
que corresponden a utomá ticamente a dicho instrumento. En este
concepto estoy de acuerdo con el señor Vega que en su ya citado libro,
hace esta prudentísima y acertada observación: "La música gregoriana
no ha dejado vestigio alguno de su influencia en la popular criolla.
Por mucho que se haya dicho, por evidente que parezca, por eficaz
que se suponga cierta vaga concordancia entre escalas religiosas y
populares, no hay entre ambas relación directa, dependencia inmedia–
ta". Sin embargo, este autor, que no estuvo informado, probablemente,
ele la existencia de antaras precolombinas peruanas que registran la
indica escala, o aisladamente la
sexta rnayoT,
manifiesta más adelante
que "hay que rechazar una influencia incaica; y es arriesgado por
ahora, admitir
el
influjo de
UJla
escala precolombina no incaica." Para
más detalles, remito al lector al estudio del capítulo correspondiente
de mi libro "La Música Incaica", en que se aborda este asunto con la
mayor prolijidad y documentación.
Por otra parte, el mestizo sudamericano, hijo de la conjunción
indo-hispana, en particular el de las serranías andinas sudperuanas, no
podía eludir el influjo de la raza materna y de la idiosincrasia familiar
que le rodeara, cuando había de dar forma a süs ideas
y
sentimientos.
Así, pues, hubo ele inspirarse, forzosamente, en el genio de su media
herencia, para desplegar las emociones íntimas, cantándolas al ritmo
ele su ambiente natal, que mantenía el espíritu inviolado de la música
incaica, dentro ele la cual, entre los del género erótico, era el
yamhue;
un característico lenguaje lírico d e las almas enamoradas, en sus que–
rellas ante los caprichos de Cupido, o en sus nostalgias del bien ausente.
?ero el mestizo, por
podero~a
que _fuera la influencia del suelo nativo,
no podía tampoco desoír los ecos de la lira española que vibraba en
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