colonial primitiva, entraron al norte
y
oeste argentinos, algunas melo–
días incaicas. Pudieron llegar también instrumentos -no danzas-,
pero
nada a.rmigó en ambiente humano tan extraño al de origen.
En
las capas sociales más antiguas de las más apartadas aldeas del oeste, he
hallado algunas canciones pentatónicas y bonosa memoria sobre el uso
de las flautas de caña. No hay que dar, sin embargo, a esta afirmación
un alcance que no tiene. En la masa de música criolla argentina, no
se advierte el recuerdo de la incaica -como resultado de una eferves–
cente localización antigua . . . Si algún vestigio de la expresión incaica
se encuentra en el repertorio dominante de las provincias del norte
y
oeste, es debido a la influencia indirecta, esto es, a la adopción de
melodías bolivianas o peruanas ya influídas."
Dicho sea de paso que, para
el
señor Vega "la música artística
"oficial" de
los
incas, se reconoce hoy solamente por el uso de la
escala pentatónica" esto es, por la sucesión: la, do, re, mi, sol." Sin
embargo, en realidad, la música incaica presenta varias escalas penta–
fónicas: cuatro menores y cinco mayores, entre las cuales hay una que
lleva
nota sensible,
y otra, la
sexta dóTica,
precoloniales. que no expongo
aquí por no haber encontrado aún melodías argentinas que las con–
tengan.
LA HEXAFONíA
Con el estudio que acabo de esbozar, queda demostrado con claridad
meridiana que, las músicas llamadas Baguala, copla, contrapunto, etc.
que pertenecen al cancionero argentino, especialmente al ele las pro–
vincias norteñas, son expresiones características, tienen, no solamente
semejanzas y correlaciones ele forma y estilo, con los cantares incaicos
de origen secular, sino que proceden de las mismas fuentes tradicionales
de la música precolonial del Perú,
y,
por consiguiente, se agita en su
expresión el mismo espíritu y el mismo genio que armonizó el am–
biente de aquellos pueblos del Tahuantin-suyo, líricos por excelencia.
Ahora bien, hay otro tipo en el cancionero argentino que ha llegado
a singularizarse en forma exclusiva, cobrando su carácter significativo,
a manera de un cuarto símbolo ele la patria argentina, si se me permite
la expresión,
y
es
la VIDALA.
Si acaso un hijo de la Argentina -hagamos un supuesto- tratara
de esconder su nacionalidad en un país extranjero, bastaría con pedirle
que entonase un aire sentimental que lo sepa desde su infancia. Inva–
riablemente, requerirá una guitarra,
y
a sus acordes echará al aire las
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