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R evista del Museo raciollal: Tomo

.

1

r.

men te en el pecado y le imponi a la respectiva peni ten cia. Lu ego el peni ten te soplab a sobre

los p olv os coloreados para que e dispersasen

y

el con fesor le frotaba la cabeza con. harina

de maiz y con una pi edra que ll amab a "pasca" . Despué se iba a un torrente, dond e [e la–

vaba y bañaba . A veces se atribuia la enfermedad a la tierra

y

habia que aplacarla derra–

mando chicha o quemando ropa. La que iban a dar a luz, pedían a los " huancaquilli ", que

rogasen a la Lun a para qu e les diese bu en alumb r amien to.

P olo de Ondegardo dice: "Tenían por opini6n, que toda s las enfermedade venían

por pecados que vbiesen hecho. Y para el remedio vsauan de sacrificics

y

vltrade o tam–

.bién se confesauan vocalmente . .. .

y

recibi an penitencias y algu na veces áspera , e pe–

cialmente i era hombre el que hazia el pecado

y

no ten ia que dar al con fesor. Y este oficio

de con fesor tambi én lo tenian las muj eres. Y quan do

el

Inga estaua enfermo se cOnfe auan

todas las prov incias, especialmente los Collas".

Molina añade, que "l1sauan toda s las ,gentes desta ti erra confesarse con lo hechi–

ceros que tení an a cargo las huacas, la cual confesi6n hada publica para sauer si auia con–

fessado uerdad;

el

hechicero hec haua suertes

y

en ellas, por arte del demonio, veía quien

auia confesado mentira; sobre lo cual se hací an grandes castigos

y

desde alguno tenian

algunos graues pecados que por ellos mereciese la muerte, coec haua al hechicero

y

con fe–

sauase secreto con él. Los yncas

y

la gente del Cuzco siempre hadan sus confi si ne ecre–

tas y por la mayor parte se confesuan con los indios d e Ruaro o hechiceros que para ello

d edicado tenian . . . . "

"El Ynga, prosigue Molina, no confesau a sus pecados a ningún hombre, si n6 al

01,

para que el lo dijese al Viracocha y le perdonase. Después de confesado el Ynga h azía cier–

tos laudatori os para acauar de limpi arse de sus culpas ;

y

era en ésta forma que poni éndose

en un rio corri ente dezía estas palabras: yo e dicho mis pecados a l Sol, tu rio los recibes,

lJeual os a la mar donde nun ca más parezcan. Estos laudatorio también usu an lo demás

que se confesauan con ceremonia mu y semejante a la que los moros usan, que ellos llaman

d

uando y los indi os los llaman Opacuna. Y cuando acaeda morírsel e a algún hombre sus

hij os, le tenían por gran pecador, diziendo que por sus pecados sucedía que muriese prime–

ro el hijo que el padre. Ya éstos tales, quando después de auerse confessado haúan los lau–

datorios ¡¡-amados Opacuna, les auia de azotar con ciertas Rortigas algún indio monstruoso

co mo corcobado y con trahecho de su n aci mi en to .... "

Las huaca s tení an sus sacerdotes y sus hechiceros. Y en ellas, como en todo lu gar

sagrado o adoratorio, solían confesarse. Esta confesi6n, como instituci6n imperial, la ha–

dan aquí an te los hec hi ceros, y no an te los ichuri o itsuri, como era de regla. Esta confesi6n

era pública, "y para saber si había confesado la verdad, el hechicero echaba suertes, y en

ellas, por arte del demoni o, veía quien había confesado mentira; sobre lo cua l se hadan

grandes castigos, y desde que alguno tenía graves pecados, que por ellos mereci ese la muer–

te, coechaba al hechi cero,

y

con fesábase en secreto con él. Los Incas y gen tes del Cuzco

siempre hadan sus confesiones secretas, y por la mayor parte se confesaban con los indios

de Ruara, hechicercs que para ello dedicado tenían. Acusabánse en sus confesi cnes de no