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M.-CuandQ nuestro rey, lujosamente vestido, ocupa su
trono real, los demás príncipes se sientan en un lugar más
bajo.
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El vestido del rey ocupa, pues, un lugar de
más categoría que los mismos príncipes, por estar en el trono
del rey, y, sin embargo, esto no quier e decir que tenga tan–
t a dignidad como el mismo rey, sino sólo que está adherido
al cuerpo del rey. Pues de la misma forma la carne de Nues–
tro Señor Jesucristo ocupa el mismo lugar que el alma y se
síei;ita por encima de todos [os Querubines y Serafines,
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no por la esencia misma de la carne y del alma, sino por
estar unidas y adheridas a la divinidad ; y no creaJS tampoco
que está unida y asociada como el manto r eal al rey, sino
mucho más estrechamente. A este respecto te voy a refe–
rir lo siguiente:
Hubo un español, ·al que habiendo ido a los Santos Luga–
res de Jerusalén, [118] estando en el monte Olivete, y
viendo el lugar desde el que Cristo subió a los delos, '.le en–
traron vivísimos deseos de ver a Cristo., y mientras viajaba
de población en población, hablaba así con Cristo entre so–
llozos: "Dios y Salvador nµo: Te estoy buscando de acá
para allá por todas partes, y ahora, que estoy en el mismo
lugar desde el que tú subiste a los cielos, yo te adoro y te
ruego, Señor, que acojas mi alma
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a fin de que, sen–
tado a la diestra de Dios Padre, pueda yo t éner el gozo de
verte en la gloria de los bienaventurados." Y como con repe–
tidas lágrimas e instancias insistiera: "¡Oh, mi querido Jesús!
¡Oh, Jesús amadísimo!" he aquí que, separándose del cuerpo
su alma, subió al cielo ante la presencia de su amado Jesús.
Sus compañeros trajeron un médico que, como a la vist!l- del
cadáver preguntara de
qu~
sentimientos y condición de áni–
mo era el muerto,
[120]
y se le respondiera que era
hombr~
de corazón tiernísimo y muy inclinado al amor, diagnosticó que
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