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che ªnterior con mi fatiga y la oscuridad, la cara más
blanca y hermosa que jamás_había visto. Sus ojos gran–
des y brillantes más que los del Huanaco, . sus mejilla
rosadas ·como los celajes de la aurora, sus
~abio
colora–
.dos como la cantuta, sus p'elos: no negros como los nues-
tros, s·inó
a~í
parecidos al color de la vicuña, su
~igura:
alta
y
majestuosa, su andar
y
sus ademane más reposa–
dos y graves ·que el de las llamas; todo._.
Tod<:> te alucinó
y
te sedujo, interrumpió su
padr~
algo molesto con tan larga reladón. Nó, colila, cont'estq
la india: sinó que todo me cohvenció que si él era homt
bre como
tú,
si era mortal como nosotros, no era a l<l
menos de nuestra raza, sino de
otr~
más alta si es que
no fuese un enviado del cielo. Sus atenciones con migq¡
su honesta delicadeza, sus costumbres tan decentes
y
piadosas, <:uánto observaba en él me fortificaba cada dí3
más en esa idea.
Así
es que lo miraba con r("'speto y nH
consideraba feliz en su compañía; cada mañana al salil
d
sol le daba gracias por haberme conducido, quizás p01
un impulso loco de mi fantasía, al lado de un ser tar
benéfico.
Al principio nos entendíamos por señas, pero :
los pocos días él aprendió mis palabras: tomaba una cosí
en su mano y me hacía decir qué se llamaba; en el camp1
que cult ivaba me hacía nombrar las plantas v quería qw
se lo pronunciase en nuestra lengua. El lo repetía todl
con la mayor atencióu hasta que lo ¡:>ronunciab<;!. mejo
que yo. La viveza de sn inteligencia y la constancia
el
su aplicación hizo que en breve pudiese hablar como un•
de nosotros, como un hermano mío. Yo me empeñé el
que él me enseñase s11 lengua; y se río conpciendo
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incapacidad. Pero habiendo un día preguntádome com'
me llamaba yo, le dije Oello-Huaco; que él pronuncia
ba con mucha dulzura; (lttise yo también sa_ber su nom