ZACARIAS MONJE ORTIZ
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volucionari os, y que
d~rigió
la captura del templo
de San Sebastián el 14 de marzo de 1.781; murió
ahorcado en La Paz; y otros má s al lado de los
cuales, técnicamente, los blanquillos de referen-
-cia podían ser unos perfectos Mariscales de Zepi–
ta o de Ayacucho.
Esta superioridad .abrumarlora de l a plana
mayor de los defensores de La Paz, consti tuyó uno
de los principales males que afectaron muy a fon–
do la estructura misma de la revolución emanci-
padora.
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1
* -
Con el imgreso (le Resegui:m salvador,
ha y
que
dar por sacrüicada a la Yirreyna, cuya ejecución
por algo han callado los españoles,
y
ho habrá si–
do, precisamente, porque la vir tual desaparición
de una pers na tan visible y del sexo débil sea un
galardón· para los vencedores de los aymaráes. La
mártir guerrera, en su calidad de esposa del Vi–
rrey, por este mismo proclamada cien veces reyna,
al menos ·d el reino de la Benignidad y del Perdón,
cayó bajo la venganza de los partidarios de quie–
nes ella en p ersona , desde su encumbrada situa–
ciól), tramitó gracia para sus vidas. Una especie de
María Antonieta
sans-culotte,
con la superioridad
de su temple guerrero; acaudillante mujer que só–
lo tiene paralelo en doña Juana Azurduy de Padi–
lla, la heroica
y
brillante teni enta coronela boli–
viana, de Chuquisaca; sólo dos hombres se acerca–
ron a la fosa vacía de su sepulcro para arrojar la
ofrenda de un recuerdo ejemplarizador de la mu–
jer boliviana; Nicanor Aranzáes
y
Luis Severo
Crespo.