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SUCASUCA MALLCU
tólicos, ni siquiera ge plata. ¿Por qué? Pues, el
obispo Campos había vendido sus metales
y
con
lo que rindióle la venta pagó gastos urgentes en
el socorro de hambrientos, enfermos, heridos,
y
aún en el refuerzo de la resistencia guerrera pero
al efecto de proteger el honor de las mujeres
y
ni–
ños de la población sitiada, en peligro extremo por
las emergencias de todo asalto.
Esta es la figura apostólica que inicia el des–
file de los varones que al ser liberada la urbe del
Illimani, impone un especial recuerdo de la plu–
ma de escritores americanos, que no por tales ol–
vidan ni renuncjarán a los deberes de hidalguía,
la cual impone reconocer los méritos del enemigo
aunque éste sea e1 vencedor, como en el caso de
estudio.
Andrés José de Campos, coronel. español co–
rno el Ob1spo su hermano, sostuvo a su exclusiva
costa un regimiento
d~
caballería durante el sitio
y
sus complementarias campañas. La monarquía
de Madrid le premió por esta conducta.
Ahora veamos cuáles otros sitiad ( s se distin-
'. guieron
entr~
la masa de hm:nbres que, de no lle–
gar Reseguin o algún otro auxiliador, habrí an de
seguro pasado a mejor vida a manos de los revo–
lucionarios americanos:
Francisco Balboa, alcalde ordinario de segun–
do voto, maestre de campo, cotnbatió,
y
después
del sitio largos meses se obligó al socorro de las
víctimas de la revolución, en el orden económico;
Carlos Bilbao La Vieja, capitán de la 4(\ compañía
del Batallan Reglado; Antonio Bustamante, are–
quipeño, capitán de una €ompañía de voiuntarios .
o forasteros; Salvador Cardón Labra Puente, coro–
nel
d~
milicias, vasco;
cargó una vez con
éxito