ZACARIAS MONJE ORTIZ
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Heseguin entró a la ciudad sin gloria, pues él
había combatido apenas
con avanzadas
de los
americanos, los cuales, al abandonar sus intencio–
nes de capturar aquella plaza, implícitamente con–
venían en
prorrogar su vergüenza
continental,
pues no otro modo de actuar se colige de esa reti–
rada, que ocasionó prácticamente el que los foras–
teros siguiesen castigando a las naciones que es–
clavizaban por espacio de cerca del medio siglo
más. ¡Qué desatino!
*
Hay una fig r;a
ve~e
able entre lo vecinos de
La Paz qme, a pade de su españolitlad
y
las com–
plicidades que implica ésta en ellos, siendo blan–
cos, jugó el papel que le tocaba, con justeza, pie–
dad y singular acierto. Estamos hablando de mon–
señor Gregario Francisco de Campos-, obispo de la
Diócesis de Nuestra Señora de La Paz,
y
columna
firme de la resis tencia
hero~ca
que todo el vecin–
dario ofreció a los temibles revolucionarios.
Cuando Corregidor, Comandante y Miembros
del Ilustre Cabildo de La Paz, recibieron en forma
oficial al Comandante Ignacio Flores, que rompió
una vez el sitio el 1
Q
de agosto, el obispo dió la no–
ta sensacional, que pintaba la situación de los va–
rones que habían afrontado el reto libertario con
alto sentido de dignidad humana. Su Señoría Ilus–
trísima ofreció la sortija de amatista al beso del
vencedor Flores, presentándose a éste con una cruz
pectoral de madera. NQ era de oro el signo cris–
tiano que proteje el plexo solar de los obispos ca-