MIS
MONT~AS
ideal glorioso en los cielos argentinos.
H echo este elogio, que a algunos parecera hiper–
b6lico, pero que vive y arde en
r.iiconciencia
y
es
convicci6n en ella, voy a ocuparme de la obra de
usted en conjunto
y
de
la
importancia qite para
tt'A
tiene la- novedad literaria de liablar entre nosotros de
montaiias
SENTIDAS
desde la infancia, trepadas uno
y
otra vez del valle
a.lacumbre, con accidentes pro–
pios, locales, inconfundibles.
Dos ilustres argentinos, Sarmiento
y
Andrade, nos·
han hablado de esos portentos, de cumbres
y
abis–
mos, pero sin sentirlos individitalmente,
sin
dete–
nerse en sus peculiaridades, el primero -porque mcn–
que los v16, no siipo ainarlos o prefiri6 los llanos
aonde. se desar-rollaron las escenas dra11uiticas de
CIVILIZACI6N Y BARBARIE,'
y
el segimdo, Andrade,
porq".J,e aunque es llamado con justicia el' poeta de
las cmnbres, por la alteza de su vuelo, nunca lleg6
a ser
POETA NACIONAL,
en el £nt-imo set,itido de la
rfase. As£, quiso cantar a San Martfn
y
canto a Bo–
livar, o cualquier otro guerrero de su fndole; inten–
t&
pi1itar los Andes,
y
dibuj6 el Monte Blanco,
d
Cenis o el Chimborazo, un mante cualqui.era, pero–
ninguno especial, determinado.
Sienta mal al arte esa manera vaga de diseiiar
las
f
ormas, porque precisamente el arte vive de
ellas, de lo individual, de
lo
observado con amor
y
expresado con enti1siasmo. Andrade, por lo gene–
rnl, proditda no sentida sino imaginadamente. Asi
se e%plica c6mo queriendo pintar con grandilocuen–
cia
1m
nido de c6ndores, empequ.efieci6 la imagen
colgandonos del peiiasCQ andino un bomto nido de·
hoyeros: