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-¡Agua o peseta!
Y el estridente estribillo mézclase al ruido eco de in–
contables cáscara. , cargadas de agua de
ataco,
que van a
chocar
contra cristales, paredes
y
cabezas. Y confündese
con las bocinas de los autos, que discurren repletos de
jugadore de barrios aristocráticos. Y aúnase, en
fin, a
las ri otada de los entusiastas, que derraman un pa-
4.uete de polvo de color sobre una
femenina cabellera
luciente, o embadurnan de colorines un rostro .prima–
vera,L
Y, nota de mas subido
folklorismo, de tienda
:--·
zaguaaes huanildes trasciende el
tufillo de los manja–
res populares de circunstancia.
Derrepente a orna.u ebrios a caballo, eu
atropella–
dores galope ,
y
aturde el porfiado pífauo carnavalesco
de los indios,
ue tornan a loi; campo , teñido los ros–
tros con tinta de color.
El carnaval se va.
* *
*
El ma,rtes, la bandera tricolor de los chicos d es–
quina, aparece trocada por una rotosa manta negra. El
duelo de los rapaces, que, en el último día, agotan su
gro ería callejera., para indemnizarse _de los cuarto··
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atrapados sufioientemente en los dos día anteriore .
-
¡Agua o peseta!....
Y entonces es la rapiña declarada,
i
.e
trata de
algún pasante infeliz, especialmente.
Pero allí viene un
entrego.
Un último cortejo de la temporada de misas
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