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-11---.

Y nmaneció el domingo de Carnaval. Del Carna-.

val cuencano de no hace mucho tiempo.

El , ol, como un rumboso padrino de la alegre fies-:

ta, vertía a torrentes su capillo de luz. Y la quieta ciu–

dad, con sus casas blancas, sus calles morenas, sus rojos

tejados, su cielo turqui, parecía disfrazada con listado

dominó.

-

¡Domingo de Carnaval!

Las gentes afanábanso en las puertas de los tem–

plos por despachar el precepto de oír misa;

y

muchas

beatas discreteaban en los atrios, en agil cuchicheo.

-¡Dios quiera que en este Carnaval no acontezca

ninguna desgraoiru!

Y mientras comenzaba el animado trajín de

fa–

milias

invitadas

o

amistades

y

parentela, la mucha–

chería se insta ab-a en las esquinas para la tradicional

explotación.

-¡Agua o peseta!-

y

nadie que no quisiese cargar con un chubazco

de agua de las acequias, podía dispensarse de

erogar

siquiera la cuarta parte de la peseta rescatadora, solici–

tada a gritos agudos por la desarrapada granujería, ar–

mada de palanganas

y

de platillos despostillados,

y

mi,,.

litarizada bajo una grasienta banderilla nacional.

-iAgua o peseta!....

Y no había más pasapórte que para la gris escol–

ta de celadores, para los transeuntes eclesiásticos

y

pa–

ra una que otra familia encopetada.

Lo

que es _a las

hijas del pueblo, premeditada guerra sin cuartel, para

que los mozos más crecidos de la cuadrilla tuviesen el

placer de verlas, en apurados trances, revolcar entre la

charca de la atajada acequia.