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ERNESTO MORALES
confundirla? - Tan estupefacto le dej6 al oirla,
que olvid6se de sujetar a la
llama rosada
con su–
ficientes fuerzas. Y la
llama
pudo desasirse y huir.
Corrio tras ella el
llamamichi
y encarniz6se en
la persecuci6n, centuplicada· su agilidad con el an–
sia de descubrir el misterio. Saltando asi, de pefia
en pefia, lleg6 la
llama
al valle ; poco faltaba para
que akanzase la selva y se perdiese otra vez entre
las frondas ; Anayarca hizo girar su honda dos
veces tan s61o alrededor de su afiebrada, enloque–
dda cabeza, y
la
piedra, zumbando, akanz6 a la
fugitiva, tirindola.
Anayarca
la
vi6 caer y, anheloso, dirigi6se al
sitio, brincando entre las rocas con peligro de su
vida. Al llegar, el asombro lo entonteci6 lo mis–
mo que si hubiera recibido un golpe en la frente:
tirada en el suelo, exinime y ensangrentada, solo
hallabase la joven que lo habfa besado y huido
aquella tarde, a orillas del Huallaga.
Un grupo cada vez mas numeroso de gentes
la rodeaba. .Ante ellos,
el
lleg6 hipante, aun con
la honda en la mano. Dos
chasquis
que estaban
entre los curiosos lo prendieron. Anayarca no se
defendi6 ; estupefacto, dejabase conducir.
Por el camino .supo que habfa asesinado a una
virgen del Sol. Su delito se agrandaba hasta llegar
a ser un sacrilegio.
Artayarca fue juzgado,
y
el tribunal de los Au–
quis lo condeno a muerte.