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ERNESTO MORALES
Entro en la Casa de las escogidas, pero llevan–
do tal desazon que bubo de acostarse. Ama·ncay
Muchay se'ntiase como enferma. Los
yaravies
del
llamamichi
habian tenido la malefica virtud de
entrarle en el cuerpo y, como empozoiiindole la
sangre, llenarla de un desasosiego que la empujaba
a echarse a correr por los campos, a orillas del
Huallaga, y en busca del pastor.
Su desazon desperto la curiosidad de una
mama–
cona
(
1). Simula la joven un dolor de cabeza por–
que tan grande era su propio sac.rilegio, el de ha–
ber puesto los ojos enamorados y el beso ardiente
sobre un hombre que no fuese el Inca, que
Aman~
cay Muchay se hallaba, si perpleja y dolorida, mis
aterrada que dolorida y perpleja. Quizis la albo–
rada la sorprendiera llorando ...
T ranscurrieron varios dias. En vano el
llama–
michi
tarde a tarde llegaba a las orillas del rio, a
tocar
SU
quena:
la joven hermosa que el esperaba
ansioso, no llegaba. Y volviase el pastor, mustio
y doblado, a su choza entre las montaiias.
Una tarde, estando Anayarca entregado a con–
fidenciarse con su
quena,
creyo oir un susurro
entre las hojas. Detuvose a observar, dio unos pa–
sos para inquirir y, ripidamente, de las frondas,
(I) Ancianas envejecidas en la
Aclla-huasi
(Casa de las
escogidas). que atienden a las novicias. ordenan
y
adminis–
tran, a modo de las abadesas de los conventos catolicos.