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1.72

ERNESTO MORALES

Entro en la Casa de las escogidas, pero llevan–

do tal desazon que bubo de acostarse. Ama·ncay

Muchay se'ntiase como enferma. Los

yaravies

del

llamamichi

habian tenido la malefica virtud de

entrarle en el cuerpo y, como empozoiiindole la

sangre, llenarla de un desasosiego que la empujaba

a echarse a correr por los campos, a orillas del

Huallaga, y en busca del pastor.

Su desazon desperto la curiosidad de una

mama–

cona

(

1). Simula la joven un dolor de cabeza por–

que tan grande era su propio sac.rilegio, el de ha–

ber puesto los ojos enamorados y el beso ardiente

sobre un hombre que no fuese el Inca, que

Aman~

cay Muchay se hallaba, si perpleja y dolorida, mis

aterrada que dolorida y perpleja. Quizis la albo–

rada la sorprendiera llorando ...

T ranscurrieron varios dias. En vano el

llama–

michi

tarde a tarde llegaba a las orillas del rio, a

tocar

SU

quena:

la joven hermosa que el esperaba

ansioso, no llegaba. Y volviase el pastor, mustio

y doblado, a su choza entre las montaiias.

Una tarde, estando Anayarca entregado a con–

fidenciarse con su

quena,

creyo oir un susurro

entre las hojas. Detuvose a observar, dio unos pa–

sos para inquirir y, ripidamente, de las frondas,

(I) Ancianas envejecidas en la

Aclla-huasi

(Casa de las

escogidas). que atienden a las novicias. ordenan

y

adminis–

tran, a modo de las abadesas de los conventos catolicos.