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ERNESTO MORALES
ques y montafias. Y la doncella, entonces, dijole
con voz que a Anayarca le parecio de una armo–
nia jamas hallada en
quena
alguna:
-Continuad,
llamamichi.
Tociis admirable–
mente. He llegado hasta aqui atraida por vuestra
quena. .
Continuad,
llamamichi.
.Anayarca volvio a tomar su flauta de pastor,
aplico a ella los labios tremolos, y le arranco el
yaraVt
mas hello de
SU
repertorio rustico.
Y en tanto
et
tocaba, la doncella contemplaba–
lo. Porque si ella era hermosa, el pastor de
llamas
era un ejemplar admirable de hombre, digno des–
cendiente de aquellos
chanc.asguerreros que pu–
sieron en peligro la potencia del gran Tupac Yu–
panqm.
Toco Anayarca el
yaravi
y, terminado el, vol–
vio a tocar otro y otro. No hubiese sabido decir
cuinto tiempo estuvo tocando; ni ella quizas hu–
biese sabido decir tampoco cuinto tiempo se estu–
vo alli, oyendo la
quena
inspirada de aquel vigo–
roso
llamamichi.
Al fin
et
dejo de tocar. Q.uedaron contemplin–
dose, sin hablar ninguno de los dos; y de pronto,
ella, como empujada por una fuerza superior a si
misma, acercose al
llamamichi
y unio su boca a
la de el. Luego, tambifo como empujada por otra
fuerza
aje~a
a si misma, desprendiose de
et,
y
huyo ...
Anayarca, pasada
la
turbacion de que le inundo
aquel beso, quedose contemplando como se aleja-