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sólo se ha hallado algunas flautas; entr e las cuales,
parece, las había de tibias humanas ...
Sin embargo, les gustaba
cantar
en sus fie tas al
compás de una 'caja' o 'tamboril de pellejo de lla–
ma'. «Su canto monótono y lánguido, - dice el
Padre Toscano -, cuyos tonos se asemejan a un
silabeo, es más o
meno~
el canto popular que se oye
en las montañas, entonado por algún pastor de ca–
bras) o en las reuniones al derredor de una tinaja de
chicha o de un 'noque' de aloja»
(op .)
pág. 86).
Ambrosetti, por su parte, nos habla de
«
instru–
mentos de música, de piedra, representando
mon~ truos, o de factura simple, con sus agujeros perfo–
rados en su masa» ,
y
cuyo
«
sonido de ocarina nos
transporta a los momentos felices del indio, entre–
gado a la melodía, ejecutando sus
haravecs)
sus
aires marciales, sus himnos religiosos, sus cantos de
amor, sus vidalitas sentimentales...
»
(op.
III, pág.
421) .
- 5.
De
los rnovi11iientos.
-
Tenían, más que una
estética, una
locura
o
borrachera
de los moYimientos ;
como lo demostraban en sus grandes fiestas, sobre
todo eµ. la que hacían en honor de
Pucllay)
el dioR
jocundo
(Piwllay)
en quichua,
signific~
'jugar').
«Cuando uno medita en aquella divinidad de for–
mas humanas - dice Adán Quiroga - el espírit u
instint ivamente se vuelve tres siglos atrás, parecién–
dole tener ante sus ojos una época. Desfilan al ins–
tante por la imaginación aquellas multitL1(1es de hom-