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dos, en especial del ovejuno y vacuno', al decir de

Sotelo Narváez. 'J.J!enos estaban los campos de

avestruces, venados

y

vicuñas

y

demás sabandijas',

según

fray

Reginaldo. Y agrega este buen padre,

que había en ellos «muchas víboras

y

hitas, que

dél

venían

volando a la ciudad en anocheciendo, como

si no bastasen las que

se criaban

en las casas»

(op.)

lib. II, cap. LXVI).

Un buen camino carretero iba desde Santiago

h asta dar en la ciudad, y de allí continuaba para

Buenos Aires. Las carretas hacían ·ya, con alguna

frecuencia, esos trayectos ...

(83).

«La gente [indígena] de esta tierra

era

una gen–

te arreglada y

hctblaban

una lengua que

llamaban

cornechingonc",

y

ot.ra

sanavirona

»...

Se vestían 'de

lana de ganado del Perú' ... ; usaban 'unas camise–

tas grandes

y

otras mantas solas, con chaquira, la–

bradas las cenefas'; llevaban, por fin, 'plumas de

cobre y otros metales, braceletes y patenas'... Co–

mían 'maíz y frísoles, quínoa y poca algarroba y

chañar...

y

otras raíces'. - Todo esto, según la

«re–

lación»

de Sotelo Narváez

(op.).

SANTIAGO DEL ES'l'ERO

l.

La ciudad.

-

En la orilla derecha del Dulce,

cuyas aguas espejeaban al sol, estaban las casas de

Santiago. Eran todas de gruesos abobes; con te–

chos de tierra apisonada, 'de más de una tercia' de