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das. Ya la acequia de Calicanto, encastrada al mu–

ro, no se precipita sohre la enorme rueda del mo–

lino que trü.uraba los metales;

y

el triste abando–

no se ha enseñoreado de las columnas del portón.

La casa !Qonsistorial es de las pocas cuyo frontis

ha sido modernizado; pero con el estuco, simple–

mente, sin ampliaciones ni retazos. Su mismo inte–

rior, sus mi mas escalinatas de madera, su misma

sala de hQnor donde Bolívar d.ejó remembranzas de

un fastuoso sarao .. ¡Y nada se hable de la Casa

Real de Moneda que me ocupa por separado, ape–

ñuscadas <'Uartillas; ni se hable nada de la famosa

Matriz, ni de la fachada de San Lorenzo, ni del

palacio Prefectura!

! . . .

teca

*

e esa

a visitar la

t umba de

u..,.,_.__-.~.Llla

W,

cabe

el

altar mayor, y

siento la emoción conventual de la colonia. Oficia

el fraile, en voz alta, su sagrado ritual. ¿Pero, dón–

de están sus feligreses

1

¿

O es que no tiene rebaño

esta parroquia? Llevo la vista

al

coro y advierto

que tras el tupido bastidor de madera están las re–

clusas de la hermandad, las humildes monjitas, que

supongo cloróticas y delicadas, anciana , bellas, jó–

venes, enfermizas, piadosas. . . Y esta es la última

generación de un apostolado que viene de los pri–

meros días de la conquista, por que un decreto

gubernamental ha di puesto, que con la vida de laí

última religiosa, termine este cautiverio monásti–

co. Acudo a San Francisco

y

siento también el in–

flujo sugerente del

pasa~o,

en la beata, escurridi-