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eamnos, lo cual visto d-esde un altillo por Oyanu–

me, sin pararse, a mirar que los vicuñas llevaban

en aquel momento la peor parte, mandó tocar a

recojo a toda prisa y los suyos, con la precipita–

ción

y

desorden se retiraron para ganar la plaza

de Huaina, que el puentecillo del arroyo que por

allí pasa, se cayó con el peso de la mucha gente

que lo cruzaba, matando varios soldados

y

caba–

llos; ocurrieron, además, muchas otras desgracias

entre los vascongados, al entrar en tropel por la

puerta de la plaza, para librarse de la persecu–

ción de sus enemigos. Al ver éstos cerradas las

puertas de la

cerca~

rodearon las casas, dispararon

arcabuzasos por resquicios

troneras, derribando

un gran lienzo de tapia, penetraron por el boque–

te en, la paza onde se trabó otra batalla aun

más sangrienta q e la pasada, porque lo reducido

del sitio sólo

1

pe itía pelear con armas blan–

cas, com

a

as,

puña¡es y picas.

'E1:n

tan gran

confusión

y

griter1a, cual

~_amás s~

vió otra seme–

jante, se acuchillaron despiadadamente.

''Una

;eopios~

nevada que ·comenzó a caer a

eso de las tres de la tarde, impidió, por fortuna,

continuar el sangriento combate;

y

retirándose

los vicuñas a la parroquia de San Francisco, el

O'hico,

y

metiéndose los vascongados en los aposen–

tos

y

capillas de las casas del Huaina, acabó la

matanza de aquel día, en la que al reJ:Jonocer los

combatientes sus filas, hallaron tener doscientos

treinta muertos los vicuñás, trescientos veinte

y

ocho los vascongados, pasando de doscientos los

heridos de una

y

otra parte.

'' CIUatro días después de la batalla, salieron los

vascongados de la plaza del Huaina

y

bajaron a