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caballeros que atacan el corregimiento incendian–
do la casa de Sotomayor.
Y se publica la guerra formal, sin tregua ni
cuartel. Los vascongados acampan en la plaza de
Huaina; los vicuñas, en la ladera próxima de un
cerro. Y allí en la soledad de las montañas se li–
bra la primer batalla campal de bravos contor–
nos, con que puede enorgullecerse nuestra histo–
ria, por el noble gesto de libertad que caracteri–
zó el ideal de la jornada. Don, Pedro M€ndez, ca–
pitán vicuña, narra con visión objetiva y franca
elocuencia, los preliminares y
accidentes de
la
lucha.
"Principió la batalla -
dice Méndez -
a las
diez de la
añana, cuando moviendo los vicuñas
su campo, s nusieron a tiro de aJJcabuz de los vas–
congados, y algo dé pués de haberse hablado los
capitanes por medio de sus ayudantes, que iban
de un campo a o ro_, con ánimo de ajustar medios
de paz, qU<
o
udo conseguirse, por lo que cada
uno pedía. Viendo entonces que todo era perder
tiempo, mandó Oyanume tocar los clarines, a pe–
sar de favorecerlo poco el teiTeno donde los su–
yos se habían de mover. Los vicuñas, que entendie–
ron la seña, arremetieron los primeros, empezando
por el cuerno derecho de la media luna en que
estaba formado su ejército, embistiéndose ambas
caballerías de tal manera que jamás se vió en Po–
tosí ni en todo el Perú encuentro ni braveza se–
mejante, porque de una y de otra parte peleaban
el valor y la nobleza.
''Heridos ya casi todos los caudillos y capita–
nes
y
convertido a poco el combate en batallas
singulares, pronto la confusión entró en los dos