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Tal fué la figura legendaria de este bravo don

Alonso de Ibáñez, eternizado por el bronce en el

altar de la plaza pública. Y no pod,ía esta mon–

taña portentosa que afianzó, difundió y glQrificó,

con sus venas de argento, la España de los con–

quistadores, prodigarse en

más

bello galardón, que

amalgamar con el estaño y el

cobre de su cora–

zón, los catorce quintales de la estatua. Porque esta.

figura, que cuenta a los tiempos de un joven cru–

zado, hijo del chqcel de Tarapaya, es más que

aquel capitán aventurero, galante y rondador. Es

un símbolo, empenachado con la cinta naG,arada,

que nace en un motín vecinal y va a morir con

los ejércitos patricios en la gesta de la Revolución.

Es la primeTa chispa inicial de la independencia

americana. A

í

na ió. ,Aquí debía apagarse con

el triunfo def initivo de la democracia: Tumusla .

e peru