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LA CHOLA

¡La chola !. . . ¿Pero no es hechura de la gracia

meridional de España? ¿•Pero no es una prolonga–

ción de Andalucía? ¿O es única, inconfundible, pe–

culiar?. . . Veamos : su génesis arranca de la con–

junción iberoindígena que floreció desde la costa

•caribe, desde 'l\1'éjico, hasta las tierras de Caupo–

licán. Prod1 cto d

t miJeramentos antagónicos,

reprodujo

y

unif' có la1 e encia genitriz de las dos

razas. Y si perdió el e

;Jritu jovial de la española,

!Jara perpetuar a m ancolía nativa de la mese–

ta, dió rosas a su tez bruna, suavizó la aridez de

sus líneas

y

pl'olongó la belleza clásica del pueblo

conquistador

y

varonil.

Como la manola, gusta del atavío singular. Tie–

ne apego a la prenda fina, a la fragancia

y

al co–

lor. Su indumentaria de importación vino, sin du–

da, con las naos castellanas en soberbios modelos

de mujer. Fué su patrón de Córdoba, de Sevilla

y

de Jerez. . . Pero el clima, comúnmente recio en

la altiplanicie, modificó

las prendas de vestir.

Adoptó la pollera corta, pero · amplia

y

encarru–

jada a la

~retina.

La bota lujosa, relegaba el za–

pato

y

el calcetín, a resguardo del frío invernal.

La mantilla de la manola, vaporosa

y

sutil, tuvo

un remedo en el mantón de largos flecos, floreado