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Tan bravas exposiciones de opulencia

y

valor,

debieron avivar los enconos entre los bandos en

pugna. Menudearon los choques de arma y los

singulares desafíos, mientras en públicos diverti–

mientos se ponía a prueba el poder económico de

los dos rivales, balanooandQI

.ai9Í

Jas condiciones

propicias o adversas de la guerra. Un dispendioso

banquete, que cuesta cuarenta mil pesos plata, re–

une a criollos en casa del contador de las Cajas

R eales, don : Alonso !Martínez de Pastrana,. Un

convite,

más

regio aún, que irroga a' los ricos azo–

gueros setenta mil pesos, da cita, en el ingenio de

don Francisco de Oya.nume, al pueblo vasco. Estos

regocijos, que eran verdaderos contralores de fuer–

za, dieróll a los vascqJD.gados la certeza de que -po–

dían lle

un

t aque decisivo a las huestes de

Ibáñez. n

erin e

l nuevo corregidor, urgido por el

virrey de

:Gim.fl

, don Francisco de B'Orja

y

Ara–

gón, nr,ínci

_pe de

E' quilache, a poner orden a de–

safíos

y~scaramuza

diarias, entre los bandos que

con tanta altivez disputaban el predominio mili–

tar

y

administrado1• de la Villa, se decide a prac–

ticar una concentración general con todos los es–

pañoles en condiciones de ejercitar la guerra

y

residentes en tierras de Charcas

y

Potosí.

Los albores de la guerra se' significau con tal

cual choque de montoneros. Ibáñez sufre su pri–

mer revés de armas en Cebadillas. Pero los vicu–

ñas, ávidos de ejercitar oficios campales, van bas–

ta .Chuquisaca a llevar su agresión a los vascon–

gados. Don Francisco Castillo, criollo guapo, in–

vita a un grupo de camaradas a repetir la prue–

ba en Potosí. Y baja a la ciudad, seguido de doce