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PLATA Y BRONCE
XIli
Llegó el día ele la trilla. Un disco coruscante en el
horizonte limpio caldeaba la sangre con un inquieto ritmo
vital.
Las parvas destacaban su promesa dorada en el
cielo diáfano. allá del lado ele las lomas.
Resucitaba la
alegría gruesa de los indios rota por los resabiados agua–
ceros de los días pasados.
rdor ele saYia contenida socarraba las tierras en ras–
trojo. Hogueras de deseo en los cuerpos marrones de los
indios que ansiaban labor. faena chua y fatigosa.
Nada había cambiado en
los aborígenes.
Sumisos
y
flexibles se encaminaban al trabajo entre cantos monó–
tonos y espesos.
El mayordomo andaba impart;endo las
órdenes y haciendo la distribución de labores. Los mayo–
rales acomodaban en filas a los peones bulliciosos que
pedían chicha y trago desde el comienzo de la brega.
En
la parva más grande. la que daba al noroeste
de la hacienda se instaló el Gregorio con quince indios
más. Diez yuntas mordisqueaban •las hierbas menudas
del suelo. s·e deleitaba:1 en la grama plateada
y
luciente
de gotitas de agua.
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