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PLA'l'A Y

BHO~CI!l

El sacerdote sonreía satisfecho viendo su obra. Su

boca prendió la llamarada. La explosión ·no tardaría y

ni las chispas llegarían a su paternal inmunidad . .

Al ejército de beatas, las devotas principales del po–

blacho, que pasaba largas veladas cot'l el asceta, o empren–

día paseos puros, excursi01J1es disciplinantes

y

extenuaclor<jls

con el eremita, lo atizó más.

Su pwlabra fácil de difamador público y corrompido

olitario se refociló en el recuento ele las culpas ele Celina

y

en la formación ele su proceso.

Y

esas brujas reunidas allí en asqueroso conciliábulo,

resolvieron hacer lo posible para que la hereje se fuera.

No retrocederían ni ante la villanía

rw

la calumnia. ¿Para

qué tenían si no

tia

mano amada del tfraile, pletórica

el~

"Ego te absolvo"? Gentes acostumbradas a la intriga

veían límpido todo camino. Andaban por el albañal del

chismorreo aldeano y llegaban al retQCOr, como andar por

uii salón.

Celina ·estaba perdida. La infeliz muchacha ni siquie–

ra vislumbraba la tormenta que la envolvería después ele

poco.

Se desconsoló y entrevió algo ele su situación, cuando

Yolvió la criada a decir que en ninguna parte querían ven–

derle nada, porque estaba

descomulgada.

Esta clarinada

de la perfidia le puso a1erta. ¿Pero qué podía hacer ella

sola? Ni siquiera escapar.

Y

en eso no pensaba. No

lo haría nunca. Su ideal de cultura le impedía, estiran–

do su llama pálida y lejana hacia la cumbre. Intuyó la

existencia amenazada, la vida cuarteada ele se>rpresas y el

cammo aristado de asechanzas innobles. Pero una voz

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