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PLA'.r.A Y BRONCE
que pasaba distante. portal(lor de un
puro
ele jugo de caña.
Les llevó la panacea el indio.
Bebieron con delicia en la copa de palo que era arre–
batada prontamente de las manos del que concluía su sor–
bo. Relamíanse los labios. Aspiraban el aire impreg–
nado del olor del aguardiente.
El trabajo cobró un vigor
y
un'entusiasmo inusitados.
*
*
*
Raúl
_y
Hugo anclaban a caballo de_un lado para otro.
Inquietos, vigilaban el trabajo animando a los peones.
Varias veces dirigió la palabra, dándole alguna orden, el
hacendado a Gregorio. Todas ellas le contestó el indio
con el respeto ele siempre. Con la misma indiferencia servil
de todos los días.
¿Sospechaba el patrón que eran los ojos
y
la risa
del
Gregorio los que había visto
y
oído en la hacienda la no–
che aquella? Con una inopinada decisión llamó al indio:
-¿Dónde estuviste la noche ele la Rama
:-le
pregun–
tó, procurando poner en su pregunta una tranquilidad que
no sentía.
-En choza, patrón-repuso el indio con una fria:l-
dacl tan grande que Raúl se convenció de que era natural.
-¿Te irías no más ?-insistió Hugo.
-Si niño-terminó el concierto.
Por sus ojos taciturnos pasaron rapidísimas iridiscen–
cias ele virilidades inextintas.
Ni Hugo ni Raúl las percibieron.
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