V EJ tXA:\ DO ('HAVW:l
~ib ilante
y una irrupción ele alegría en el aire grávido de
pena del cuarto del patrón.
Con el sombrero de lana en la mano. el pie izquierdo
delante del derecho, relamiéndose la boca que aún conser–
Yaba las huellas ele un tomate sorb ido con urgencia, se de–
tuvo el muchacho ante Raúl.
Arcesio era el hij o menor ele Antonio. Un pillastre
redomado que cot'l su honda ele goma limpiaba de
·trigue–
ros las chacras, coleccionaba nido
y
en las zanjas caza–
ba lagartijas con
togllas
ele piola en cuyo centro ponía
un cebo de saliva.
Este afortunado Tartarín se encaró con Raúl.
-Me llamó, niñito .... ?
-Sí . .\rcesio. Tú eres el único que ancla por aquí.
E l chico imprimía un movüniento giratorio al som·
hrero
y
saboreaba la huta inexi stente.
-Si patrón .
- \ e a
bu~carle
. 1
la Manuela. Que
yo
la llamo.
- En la cocina ha de e tar ....
-Tú la llamas ele donde esté.
- En seguida, patroncito.
El chiquillo partió a la carrera. Por las tablas del
corredor se escuch6 un taconeo rapidí simo como un claro
reptque .
Raúl aguardó conmoYiclo.
¿Por qué se inquietaba ese hombre frívolo que antes
no atisbara
~::n
la vida sin o una banalidad fluyente. mudadi–
za, en la que nada se repite?
Su ilusión aprehendida. u tantálico anhelo satisfecho
le donaban esa inconformidad agria?
o hubiera corrí-
166